Tengo cada vez más claro que el egoismo y la estrechez de miras son los grandes males de estos nuevos tiempos que nos han tocado vivir. No falta el día en el que se hable de libertades, al ritmo de sonoros golpes de pecho, todo revestido de un liberalismo de tienda de todo a un euro, cuando en realidad, la libertad que abrazan es la de hacer lo que a ellos les venga bien, así a grosso modo.
Con el humor pasa lo mismo. Todo es gracioso, siempre que caigan las carcajadas sobre otros que no seamos nosotros o nuestro colectivo, puesto que, en caso contrario, las risas se vuelven lanzas. Para muestra, el reciente botón del cuarteto del Gago y las cuartetas sobre Joaquín, o en general, las críticas lanzadas desde el escenario del Gran Teatro Falla.
Los hay que, directamente, no entienden de qué va el Carnaval, porque ni les ha interesado nunca ni lo han visto jamás. Se sorprenden de que se critique al poderoso, ya sea alcalde, presidente de la Junta o famosete de tres al cuarto. Se escandalizan de unas cuartetas en las que se señala a todo aquel que, desde su posición de poder, ya sea una poltrona, un plató de televisión o un púlpito, ataca al débil.
Los mismos libertarios que les ríen las gracias a un greñudo con sierra mecánica, los que aplauden al empresario que explota y se ríen del trabajador explotado, piden ahora que se le pongan límites al humor. Que les cierren la boca a los que siguieron cantando cuando podían terminar en el cuartelillo. Que censuren a los que el franquismo no pudo callar.
Alguien debería recordarle a los amantes de la libertad que revisar las letras de las canciones, que decidir qué película o qué obra de teatro estamos los demás preparados o no para ver, qué libros o revistas son adecuados para nuestros ojos, qué contenidos son convenientes o no para educar a los estudiantes, se llama censura. Que el que aplaude la censura, en cualquiera de sus aspectos, es un dictador o un nostálgico de la dictadura, como los llaman en las televisiones liberales. Que ponerle barreras al humor es ponérselas a la creatividad, al arte, a cualquiera de las expresiones que el ser humano utiliza para comunicarse con sus semejantes.
En resumen, que su definición de libertad le gustaría a cualquiera de las malas bestias que ensuciaron la Historia del siglo XX.