Ésta es, sin duda, una de las pocas verdades en las que todos podemos estar de acuerdo, junto con la que dice que el agua moja y las cosas caen: todos hemos de morir. Empezamos a hacerlo desde el momento del nacimiento, y la torta en el culo de la matrona no es más que el spoiler de lo que nos espera. Todos hemos de morir, pero nadie ha de decidir cuándo ni cómo, salvo nosotros mismos. Nadie, y menos un político, tiene la potestad de vestirse con la túnica de la parca y ser el ángel exterminador de nadie.
Isabel Díaz Ayuso lo ha dejado bien claro. Los ancianos que murieron en las residencias madrileñas durante la pandemia, iban a morir de todas maneras. Por eso no se les derivó a ningún hospital, porque nada hubiese cambiado. Ella, con su visión experta de licenciada en Medicina por la Universidad del Perro de Aguirre, decidió que los hospitales no sirven para nada, a pesar de gastarse una buena millonada en el Zendal. Un gasto, bajo su propia perspectiva, que no sirve para absolutamente nada. Bueno, quizás aloje los boxes del próximo Gran Premio de F1.
Iban a morir igual. Pero no todos. Madrid se constituyó en el paradigma de lo que ha de ser el liberalismo. Porque los ancianos que sí tenían seguro privado, o los que vivían en residencias privadas, sí que fueron transferidos a hospitales. Ellos no iban a morir igual. Ellos sí tuvieron derecho a cuidados paliativos, a sedación, a atención médica. Ellos no murieron sólos, axfisiados, paralizados por el horror y entre terribles dolores.
Por mucho que se encabezone la presidenta madrileña, más tozuda es la realidad. Los datos no tienen sede, no piden el voto ni acaban canbiando su residencia a Soto del Real. El 65% de los residentes hospitalizados salvó la vida. Quizás por azar del destino, pura suerte. Porque ya se sabe que en los hospitales la gente va a divertirse o a echar el rato, porque a curarse, como dice la Libertaria Mayor del Reino, no van.
Madrid es tierra de libertad. De comunismo o cañas. De manifestaciones en descapotable. Es el lugar donde se hacen las mejores mascletás del mundo, la cuna del flamenco y el salmorejo. En Madrid no te vas a cruzar con un ex en sus calles, pero la Muerte irá a visitarte, protocolo en mano. Ya lo profetizó Sabina:
Los pájaros visitan al psiquiatra
Las estrellas se olvidan de salir
La muerte pasa en ambulancias blancas
Pongamos que hablo de Madrid