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El jardín de Bomarzo

Hacia un mundo virtual

Parece que ha transcurrido una eternidad desde que el intrépido presidente Sánchez decretara el estado de alarma y diera inicio a aquel confinamiento duro

  • El jardín de Bomarzo.

"Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más inteligentes; son aquellas que se adaptan mejor al cambio". Charles Darwin.

Parece que ha transcurrido una eternidad desde que el intrépido presidente Sánchez decretara el estado de alarma y diera inicio a aquel confinamiento duro que a todos nos transportó hacia un sueño nunca antes imaginado, de hecho desde entonces estamos inmersos en la reforma social más radical del último siglo porque confluyen cambios vertiginosos en la manera de comportarse y de socializar entre nosotros, cambios en las relaciones internacionales y en la supremacía de determinadas naciones sobre otras, cambios en la manera en la que el mundo comercializa sus productos y, fruto de esto, cambios en los modelos de negocio y en la economía; cambios que en definitiva están transformando la sociedad que conocíamos en otra que se ha demostrado capaz de, entre otras cosas, normalizar una crisis sanitaria como la del Covid y mantener su espíritu navideño. Es como si nos hubiesen entrenado deprisa y corriendo para un futuro que es presente y ante el cual estamos plenamente educados para afrontar cualquier cambio drástico que esté por venir. Sea el que sea.

Comercio. Si el alumbrado y el ya es Navidad en El Corte Inglés era no hace mucho el arranque oficial de la fiesta más entrañable del calendario nacional, hoy el black friday y Amazon han apartado de esta poltrona a una compañía que lleva acumuladas unas pérdidas por encima de los tres mil millones de euros y que no encuentra manera de reubicarse en el mercado para competir con el comercio digital. Desde la tienda de complementos de barrio hasta la gran superficie sufren ante ese enorme dinosaurio Amazon que reparte en cada vez menos horas, lo hace domingos y festivos, devuelve el dinero casi sin preguntar y de manera efectiva y cómoda y, para redondear el asunto, lo hace a mejor precio y con un catálogo infinito al que accedes desde tu móvil mientras estás en la cama, pasas un rato aliviando lo que a diario a tu cuerpo le sobra o buscas hueco desde tu puesto de trabajo entre pico y pala. Todo gracias a que funciona con repartidores autónomos que al margen de un fijo cobran por la cantidad de repartos que hacen y por eso siempre se les ve con prisas, acumula productos en grandes almacenes como el que acaba de terminar en El Puerto de Santa María, donde además al fabricante de cada producto le cobra el almacenamiento. No hay vendedores, salvo su ágil página web, ni establecimientos abiertos, ni horarios, ni festivos, ni personal que hagan huelgas, ni sindicatos con los que pactar convenios colectivos, pero sí un servicio al cliente efectivo y rápido. Y al comercio online nos hemos apuntado todos, claro está, porque el futuro pasa por ahí desde el momento en el que el consumidor acepta lo cómodo y no ve un riesgo en ese tipo de compra, ante lo cual poco queda para que se imponga la comercialización de alimentos por internet y esto sacuda a los tradicionales supermercados e incluso a los mercados porque ya se empieza a vender online productos frescos. La pandemia, en este sentido, ha marcado un antes y un después.

Si los adultos han descubierto la comodidad que supone desde casa hacer compras, los precios competitivos por la reducción en costes de personal y el tiempo que ahorras, es indudable que los jóvenes de hoy viven pegados a internet y cada vez pisan menos la tienda. Ni que decir tiene cómo será el futuro mundo comercial de los hoy niños. Todo ello requiere un cambio radical del mercado y sólo quienes sepan adaptarse sobrevivirán. Otra cuestión será el mundo laboral asociado actualmente al comercio, que indefectiblemente se irá reduciendo. Igual que no paran de aparecer nuevas titulaciones y oficios, irán desapareciendo otras, quien se niegue a ver este futuro no lo tendrá para sí.

Los bancos y entidades financieras también se están adaptando al cambio y, de hecho, empezaron mucho antes que los comercios. A finales de los años ochenta del siglo pasado apareció la banca directa, el primero fue First Direct en Inglaterra con servicios exclusivamente telefónicos, que en los noventa incorporó servicios por internet. En España las primeras llegaron a mediados de los noventa con Bex Directo, perteneciente a Banco Exterior y Open Bank, de la mano de Banco Santander, que ofrecían menos o ningún cobro de comisiones por el ahorro en costes de oficina y personal. No obstante estas ventajas, en aquellas fechas producían no pocas suspicacias y temores de falta de seguridad y nos gustaba más hacer cola en nuestra sucursal y ser atendidos por nuestro conocido trabajador del banco y para pedir un préstamo, nada como que nos atendiese el señor director. Aparecieron los cajeros automáticos y a ello nos acostumbramos rápido porque seguía siendo un servicio de nuestra oficina bancaria. En la década pasada empezamos a introducirnos en el uso de internet para conectarnos a nuestra cuenta, consultar el saldo y hacer operaciones. Los bancos también nos vienen empujando a ello, reduciendo las atenciones personales y eliminando oficinas. Sólo hay que ver el cambio operado en el funcionamiento de la caja de ahorros más potente, La Caixa, menos oficinas y menos personal. Ahora empujan con fuerza las app de pagos bancarios con el móvil, e incluso el pago vía número de teléfono con el  bitzum. Todo ello nos lleva a un futuro cercano en el que no veremos oficinas bancarias y, desde luego, desaparecerán los clásicos empleos asociados a los bancos, para dar paso a la generalización de las transacciones informáticas. Terminará por desaparecer, incluso, el dinero físico para que todo sea electrónico y, así, el control sobre el ciudadano será completo. Como detalle decir que los agentes del CNI -Centro Nacional de Inteligencia- usan teléfonos analógicos, nada de aplicaciones, nada de bizun, nada que deje huella. Por algo será.

La atención presencial también inicia el camino hacia su desaparición, para dar paso a lo que se inició con el desquiciante  "si quiere dar de alta pulse 1, si quiere dar de baja pulse 2, si quiere modificar sus datos pulse 3 …".  Y con el confinamiento se generalizó a todo tipo de servicios, privados y públicos, eliminando la tan humana relación física entre ciudadano y empleado. Hasta médicos ya atienden por video conferencia, sin tomarte la temperatura ni ver si tienes mala cara. Todo ello seguido de la introducción del tele trabajo que vino en abril de 2020 para quedarse. Ya son muchas las grandes empresas que lo han generalizado como forma general de trabajo porque el ahorro en costes es sustancial y los trabajadores lo han recibido como algo que les reporta ventajas de conciliación de la vida laboral y familiar. Cuando, al final, lo que fulmina es la sana y necesaria relación entre compañeros, esos desayunos en grupo, las charlas entre tareas, las comidas, entablar amistades, todo ello se acaba si trabajamos desde casa y medir la productividad con controles férreos no es tan difícil. Se abre, además, otra línea de negocio y es el de la ciudades con buenas conexiones de transporte y que por clima y ubicación -playas, montañas...- son ideales para tele trabajar, lejos del ruido de grandes urbes de las que muchos quieren huir. Esta es una oportunidad para Andalucía, para la provincia de Cádiz, para sus pueblos costeros, para el alquiler de larga duración en busca de un nicho de mercado amparado en el mundo virtual.

La comunicación también sufre el cambio social impuesto por el uso de internet; si queremos comprar un diario o una revista en papel tenemos que encontrar un quiosco y lo cierto es que la bajada de ventas los ha aniquilado, casi como a las cabinas de teléfono. Lejos quedan esos domingos en los que comprábamos vorazmente varios periódicos con aquellos maravillosos suplementos. Ya no nos sirve un periódico en papel con noticias que conocimos hace 24 o 12 horas. Consumimos noticias en tiempo real, que quedan antiguas a los pocos minutos. Y ello lleva a esa competencia desleal de la creación de webs que se hacen llamar medios de comunicación, que no requieren más que una o dos personas ni tan siquiera periodistas, o esas  tv en facebook que se realizan con una persona con móvil. Y lo grave es que una parte del público ni tan siquiera marca la diferencia con un medio profesional porque lo que importa es la noticia al instante, incluso si es falsa. Otro sector obligado a una forzosa adaptación si quiere sobrevivir. También es necesario un cambio normativo y jurisprudencial que sepa encontrar el equilibrio de la defensa de la libertad de información y de opinión con la defensa de la información veraz.

Nuestra sociedad se encamina a pasos agigantados hacia un mundo virtual, saber adaptarnos es la clave para no sucumbir con los cambios.  En esto, como con el Covid, no vale el negacionismo porque la evolución es imparable y nos está transformando socialmente en algo distinto. Quién sabe si mejor.

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