La película La Redada relata crudamente el colaboracionismo indecente de las autoridades y de una parte de la población con los ocupantes nazis en la Francia de la II Guerra Mundial. Se repite en la emotiva Adiós, Muchachos. Cuando terminó la guerra el general De Gaulle se presentó como el héroe de la Francia Libre que acabó con el nazismo e incluso Francia tuvo su cuarta parte de la Alemania ocupada y de los sectores de Berlín -incluso un protectorado en el Sarre-. Chaves Nogales ha descrito como nadie el terrible hundimiento de Francia ante el avance alemán, pero el país supo imponer una estrategia para sentarse en los sillones victoriosos y en el Consejo de Seguridad de la ONU como potencia vencedora de una guerra que había perdido escandalosamente. Igualmente pudo estar como fundadora de la OTAN y del Consejo de Europa. Así se construye un relato fundado en la estela de la Revolución Francesa y de una Marsellesa, conocida en el mundo como himno de libertad. Hasta en el final de Casablanca.
España pudo haber empezado su relato contemporáneo en las Cortes de Cádiz y su Constitución, lograda pocos años después de la norteamericana y la francesa. Pero la dinastía borbónica no ha sido buena compañera del constitucionalismo español. No es hasta la instauración de la nueva monarquía española “hereditaria en los sucesores de S. M. Don Juan Carlos I de Borbón, legítimo heredero de la dinastía histórica” -dice literalmente la Constitución- cuando se establece una monarquía parlamentaria. La generosidad del pueblo español asumiendo a quien había sido propuesto por el dictador fue ilimitada. El pago postrero del monarca a su pueblo -tras su primer e indudable compromiso democrático- ha sido extraordinariamente lamentable. Para él, para su familia y para España y su proyección internacional.
La imagen potente de reconstrucción nacional que la Transición transmitió al mundo -de la dictadura a la democracia, del centralismo al Estado autonómico- está siendo puesta en cuestión por la actuación del anterior rey, por el comportamiento irresponsable del independentismo y por una crispación política que deteriora las instituciones y sólo sostenida por burdo partidismo. Ni siquiera el terrorismo y la corrupción -con su extraordinaria gravedad- pudieron con el ascenso de la imagen internacional de España. O se corrige con urgencia o el relato del éxito de estos 40 años se esfumará.