“No se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”.
Jean Cocteau.
Una de las grandes incógnitas del momento y que nadie a día de hoy sabe resolver es la relativa a los efectos secundarios que pueda tener tanto la vacuna como el propio Covid sobre las personas, a quienes ataca de manera desigual en función de edad, salud o condición genética. Tras pasar el Covid las secuelas son dispares y solo el tiempo nos dará luz de la realidad, si bien cada día salen informaciones indistintas que, de entrada, provocan una profunda preocupación, como es este caso: según noticias procedentes de EEUU, un hombre que sufrió la enfermedad de manera grave sufre disfunción eréctil y un acortamiento del pene que, según sus propias palabras, ha disminuido en unos 2,5 centímetros. Puto Covid. Aparentemente, asegura, se trata de un daño vascular y los médicos le advierten que será de manera permanente. Puto Covid; ya nos podía dar una alegría y provocar un efecto contrario aumentándolo proporcionalmente en esa misma medida para gusto y goce de toda la humanidad, pero no. Otro individuo sufrió, asegura, una erección de tres horas debido a problemas de coagulación de la sangre en esa precisa zona, con lo que en todo caso se confirma que esta pandemia nos está tocando de lleno lo más firme de nuestras nobles partes.
En cualquier caso, esta información puede que sea otra patochada de las muchas que circulan por este entramado informativo global sin filtros, que eleva lo trivial a rango supremo o, tal vez, sea fruto de la sesgada manera de verlo porque globalmente hemos entrado en una peligrosa deriva de sacar de contexto cuestiones o declaraciones que si se lee la literalidad de lo expresado no habría motivo para polemizar. Pero nos gusta hacerlo, más si proviene de un individuo al que, por una razón u otra, a buena parte de la sociedad le gusta señalar porque es un extremista, un populista o, literalmente, un idiota. A la condición humana, en todo caso, le encanta eso de tergiversar los hechos, de manipular, de, en definitiva, toquetear la realidad en la idea de dirigir la opinión de una masa social propensa a creer casi todo aquello que le sirven en bandeja.
El revuelo creado por las declaraciones del ministro Garzón sobre la carne española es un claro ejemplo de lo fácil que se puede manipular unas declaraciones y crear un estado de opinión en contra de ellas y, sobre todo, de su autor. Políticos de PP y Vox se encargaron de difundir unas declaraciones del ministro que sabían produciría su rechazo generalizado, hasta el presidente del gobierno y miembros del PSOE se vieron obligados a salir al paso no respaldando las supuestas palabras de Garzón. Los medios también se apuntaron a darles eco y todos sin pararse a conocer las verdaderas palabras del ministro: “Es inaceptable que el Gobierno diga a la prensa extranjera que España exporta carne de mala calidad de animales maltratados. Otro ataque a ganaderos y agricultores y a la imagen de nuestro país”, decía un tweet de Casado. ¿Qué español no pegó un brinco al leer esto y consideró a Garzón como un enemigo del pueblo? Pues Garzón, nos caiga bien o mal, no dijo eso, sus palabras en la entrevista que le hizo The Guardian fueron: “La ganadería extensiva es una forma de ganadería medioambientalmente sostenible y que tiene mucho peso en zonas de España como Asturias, partes de Castilla y León, Andalucía y Extremadura. Eso es sostenible; lo que no es para nada sostenible son las llamadas macro granjas... Encuentran un pueblo en una parte despoblada de España y ponen 4.000 o 5.000 o 10.000 cabezas de ganado. Contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de calidad pobre de estos animales maltratados”. Es decir, defendió la llamada ganadería extensiva, la de nuestros ganaderos de siempre y lo que criticó fue la ganadería industrial, las macro granjas, también llamada ganadería intensiva y la carne que produce ésta. Algo totalmente distinto a lo que se nos hizo creer que dijo. De hecho, asociaciones de ganaderos, una vez conocida las auténticas declaraciones, han salido defendiendo al ministro, porque realmente la ganadería industrial es la competencia desleal de los ganaderos españoles que protegen el hábitat de los animales, les alimentan cuidando la calidad de lo que comen y, en consecuencia, producen esa carne que cuando se pone al fuego no encoge soltando agua para goce del paladar.
La llegada de la pandemia del COVID aumentó la confrontación política y las continuas informaciones y desinformaciones, teorías y contra teorías, cambios de criterios y datos diarios de la incidencia del virus nos sumían en la permanente inquietud. En un principio, las comunidades autónomas estaban obligadas a reportar diariamente al ministerio de Sanidad entre las ocho y las nueve, de forma agregada, el número de casos confirmados, la cifra de hospitalizados, la de ingresados en UCI, los pacientes a los que han dado de alta y las altas registradas por defunción. Algunas autonomías, como Andalucía y Madrid, optaron por no mandar la realidad de los datos diarios y no hacer públicos el detalle de sus cifras. De este modo, la población de estas comunidades pensaban que la incidencia era mejor de la real y, no cabe duda, achacaban esos buenos datos comparados con los de otras regiones a la gestión sanitaria de su comunidad autónoma. El ministerio de Sanidad se vio obligado a establecer normas de qué datos, cómo y cuando tenían que reportar cada autonomía. De nuevo, ahora, en la sexta ola y con el omicron avanzando, varias comunidades, entre ellas también Andalucía y Madrid, que aparecen en las posiciones más bajas de incidencia en las cifras oficiales, en realidad no están trasladando al ministerio los resultados positivos de los test antígeno, sólo los de PCR, con la paradoja de que ambas autonomías sí trasladan los datos de test positivos a efectos de que se conceda baja laboral al afectado. Al parecer, la incidencia real en Madrid y Andalucía ronda al triple de los datos remitidos al gobierno central. Un ejemplo más de cómo se manipula la información para que el pueblo construya un estado de opinión que en nada obedece a la realidad.
Las estrategias políticas de desinformación y manipulación, unido al imperio de las redes sociales, construyen una realidad virtual cada vez más alejada a la verdad. Tick tock y la facilidad que ofrece para transformar caras y cuerpos en las fotos está metiendo a la juventud en un mundo donde pueden conseguir ser lo que no son, un ejercito de chicas y chicos físicamente rondando la perfección. Pero fuera de la red, el espejo refleja la tozuda realidad, lo que causará más de una secuela psicológica, además del aumento de clientela de temprana edad en los médicos estéticos. Emprendemos un camino en el que puede llegar un momento que la verdad, la realidad en todos los aspectos, quede relegada a un segundo plano, primando un mundo irreal en el que casi todo sea falso. En algunos aspectos parece que Aldous Huxley, en su obra de 1931 Un mundo feliz, avistaba un nuevo mundo manipulado al máximo que, casi un siglo después, parece más cercano y posible que la ciencia ficción en la que se catalogó aquella estupenda novela.