Poema tras poema, durante los últimos doce o trece años, he ido comprobando que la poesía y mi vida han ido conformando un cuerpo único, un mismo punto de vista desde el que afrontar la vida. Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como el goce de leer unos versos que se revelan para ti, íntimamente, como una aparición o, del otro lado, la quisquillosa idea de que se te va la vida entre libro y libro. Todo el mundo tiene sus vicios y, para el que lo tiene, muchas veces es difícil entender por qué no todo el mundo participa del suyo. No soy tan ingenuo como para pensar que si todos leyéramos poesía el mundo sería mejor, porque la poesía no mejora a nadie como persona (recordemos cómo los nazis recitaban de memoria a Göethe y a otros poetas alemanes), pero las conversaciones cotidianas serían fantásticas.
La poesía cruza la tierra sola/ apoya su voz en el dolor del mundo/ y nada pide/ ni siquiera palabras. Son versos de Eugenio Montejo, un poeta venezolano que falleció en el año 2008 y que ponen de manifiesto la dificultad para encapsular en una definición lo que es la poesía. Si ni siquiera pide palabras, ¿como poder explicarla con ellas? Por eso, definiciones de poesía se han hecho a montones a lo largo de la historia. Una para cada sensibilidad. De esta forma se explica también que exista poesía para todos los gustos y para todas las situaciones. La hay incluso que no es poesía, pero ha aprendido a parecerlo. La otra cara de la moneda son las personas que la escriben. Hoy día gran parte de la gente piensa en los poetas como chalados con capa y sombrero que beben absenta y fuman de pipa. O como heridos perpetuos de amor que lloran cada minuto por cosas que le duelen. O como personas cultísimas que hablan en un lenguaje incomprensible y están todo el rato pensando cosas inimaginablemente inteligentes. Y yo conozco a muchos poetas y, por suerte, ninguno es así.
Aunque por sus características, la poesía está muy recluida en la capacidad que tiene de acoger lectores, está vivísima. Es cierto que es la manifestación literaria que menos concesiones hace al lector, que más pide un esfuerzo por su parte. Incluso la más sencilla se guarda un íntimo secreto difícil de descifrar. Porque tres versos pueden dar una cantidad de sentido infinita, por ejemplo, estos de José Ángel Valente: De la palabra hacia atrás/ me llamaste,/ ¿con qué? Pero tiene ventajas, por ejemplo, su condensación o su apego al pensamiento y a la emoción. Es decir, si un verso levanta en ti algo nuevo, algo que tenías dentro pero se hallaba sin lenguaje, ese verso te acompañará siempre.
Y además, como decía Pasolini, la poesía guarda algo que es inconsumible, que está más allá de cualquier forma de utilitarismo. La poesía es útil solo para quien la disfruta, de esta forma se explica que todavía perviva como arte y, de igual forma, sus lectores formamos una muy unida comunidad de solitarios.
En un sistema tan bestial, la poesía abre vías para meditar sobre nosotros y sobre lo que nos rodea. Igual no puede arreglar el mundo, pero sí a nosotros como lectores. La hay para todos y todas. Lean poesía.