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Curioso Empedernido

Natural e imperfecto

Reivindico el derecho a equivocarme, ser natural y adorablemente imperfecto

Publicado: 14/09/2023 ·
09:45
· Actualizado: 14/09/2023 · 09:45
  • Juan Antonio Palacios. -
Autor

Juan Antonio Palacios

Juan Antonio Palacios es observador de la conducta humana, analista de la realidad y creador de personajes literarios

Curioso Empedernido

Curioso empedernido. Curioso de las tres pes, por psicología, la política y el periodismo, y alérgico a las fronteras y murallas

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Reivindico el derecho a equivocarme, ser natural y adorablemente imperfecto. Hay quienes tienen un único y obsesivo objetivo, en un mundo competitivo como el nuestro. Ser mejor que los demás, cuestión que además de aburrida siempre resulta peligrosa, ya que les convierte en la diana de todas las fobias, pero quizás lo más expuesto de todo sea aparentar no tener ningún defecto ni debilidad.

En este juego nos colocamos en el ojo del huracán de todas las envidias posibles y podemos aspirar a ser los más odiados de todos los seres existentes. La envidia provoca numerosos enemigos silenciosos, que amparados en el anonimato de la mayoría, en las redes sociales o en el corsé de las normas y las buenas costumbres, no muestran abiertamente sus celos hasta no encontrar la ocasión o el momento oportuno.

Creo que es una actitud inteligente aceptar las propias limitaciones y mostrar los defectos sin ningún tipo de complejo, reconociendo aquello para lo que somos incapaces, rompiéndoles el discurso a los que sufren con el bien ajeno, ya que en nuestro País, sólo los dioses y los muertos pueden parecer perfectos con total impunidad.

A todos nos cuesta más o menos trabajo enfrenarnos a nuestra propia inferioridad y en presencia de una habilidad, un talento o un poder superiores, lejos de experimentar admiración, nos sentimos a menudo molestos e incómodos ; tal vez porque la mayoría de nosotros tenemos una visión exagerada de nosotros mismos.

Cuando conocemos gente que nos sobrepasa nos damos cuenta de que, de hecho, no somos tan brillantes como habíamos pensado. Lo positivo sería que esto nos hiciera felices, pero la envidia ni nos da comodidad, ni nos acerca a la igualdad. Tal vez lo primero que tengamos que plantearnos es el aceptar que haya gente mejor que nosotros y a las que podemos llegar a envidiar, pero que convertir ese sentimiento en un deseo de igualarles o superarles algún día y si tal cosa no es posible, intentemos ser mejores, aprendamos de ellos.

La envidia adopta muchos disfraces y hemos de tener cuidado con aquel que nos alaba excesivamente o con aquellos que sin ningún motivo son hipercríticos con nosotros. Determinados ambientes son más propicios que otros a que florezca la negativa emoción de la envidia.

Desde el ámbito profesional a las relaciones de amistad, ninguno se libra de vivir sus secuelas y hemos de actuar de forma extremadamente sensible en la convicción de que va a resultar muy difícil evitarla en todas las ocasiones y que habremos de aceptarla desde el ejercicio del sentido del humor.

Hemos de saber relativizar nuestro propio papel en este gran teatro del mundo. En el terreno político los efectos de la misma suelen ser más severos y muchos han visto frustraba una inicial y brillante carrera por el simple hecho de hacer cosas, de tomar iniciativas, pero además por tener la fatalidad de que algunas de ellas nos han salido bien.

El ejercicio de nuestros méritos es un motivo desde la perversión, puede provocar que todos los insectos nos piquen a la vez y descarguen en nosotros su potente veneno, y enviarnos como a cualquier otro mortal al cementerio de lo que fueron e incluso podrían haber llegado a ser.

Como decía Thoreau: “La envidia es el impuesto que toda distinción debe pagar“ o como le oí en cierta ocasión a mi buen y desaparecido amigo Juan Luis “El sabio de Tarifa”: “La envidia es el torpe tributo que la inferioridad rinde al mérito”. Aspiremos a ser naturales e imperfectos.

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