Gracias a su tesón, y sobre todo a la pasión que le pone a su trabajo, Antonio ‘Gandano’ se ha hecho un hueco en el mundo de la bioconstrucción, un concepto hasta hace poco era relativamente desconocido y que se sustenta en el modo de edificar con el uso exclusivo de los materiales que proporciona la naturaleza. Dado que se trata de una autoridad mundial en el tema, este castizo hombre de casi 60 años de edad lleva el nombre de su ciudad natal allá donde realiza un trabajo o imparte una clase; condición que le ha servido para formar parte de la amplia nómina de galardonados en Arcos con motivo del inminente Día de Andalucía.
¿Cómo te ha sentado el galardón? ¿Cómo recibiste la noticia?
No me lo esperaba para nada. Es un galardón muy importante. Recibir la medalla de tu ciudad y ser reconocido por tus vecinos es un honor y un orgullo. No es fácil que te reconozcan en tu ciudad, pero yo he tenido la suerte. Sí me siento reconocido fuera de Arcos porque ya tengo un recorrido muy grande. Mirando fotos estos días, he reflexionado mucho sobre cómo ha pasado el tiempo y he pensado en la cantidad de momentos vividos en torno al trabajo.
Sé que en tu familia había ya tradición en la construcción utilizando enea, caña, madera, piedra… ¿Cuándo y cómo te das cuenta de que podías hacer de esta costumbre ancestral un modo de vida?
En 1989, paseando por la playa de Zahora, cuando comenzó el auge de los chiringuitos, conocí y empecé a colaborar con Juan Braza, que es un reputado artesano. Comencé a hacer trabajos por Sevilla, hacía un chozo todos los años en los festivales flamencos en Castellar, construimos y diseñamos el legendario Porto Alegre (con Juan ‘El pastor’, Domingo, mi padre…) El Porto Alegre (recordada terraza de verano en Arcos) fue mi primer gran trabajo de construcción y que sigo recordando con cariño. Encontré en este trabajo un filón que había que pulir con constancia. No era ni es fácil, pero ya llevo treinta años.
Antes la bioconstrucción sonaba a chino…
Muchos amigos me decían que estaba loco: “Dónde vas con las cañas, con el barro, que si esto parece África…” Pues no. Aquí se construía con tierra y con cal, en las paredes no se utilizaba cemento. Yo intenté volver a la arquitectura tradicional de Arcos, aunque más ligada al campo porque mi familia paterna venía de vivir en chozas. Desde que tengo uso de razón, he visto a mis abuelos viviendo en chozas, en El Guijo y El Cortinal.
¿Cómo te llega esa excelencia de tu trabajo y el reconocimiento definitivo del que hoy gozas en tu gremio?
Reconozco que viene a través de las redes sociales. Descubrí Internet en su día y en vez de publicar cosas domésticas como hace la mayoría de la gente, empecé a ‘subir’ mis trabajos. Personas del resto de Europa empezaron a interesarse por lo que hacía. Eso me ayudó. También venía gente de toda España, museos, universidades… que querían conocer más de mi trabajo.
Citabas a Juan Braza, pero todo maestro ha sido alumno…
Sí, tuve la suerte de conocer a Juan Braza de La Muela (La Barca de Vejer), con el que empecé a techar. Muchos de mis maestros son anónimos, pero entre ellos está mi padre que me solía decir en los años noventa que esto no tenía futuro. En aquella época era impensable que alguien construyera una choza para vivir. Me solían encargar desde los hoteles parasoles, sombrillas, estructuras abiertas… Insisto, mi padre fue mi segundo maestro. Él me enseñó a contemplar el ciclo de las plantas, el momento idóneo para recolectarlas, cómo se reproducen… Era mi maestro de campo y mi bastión. En este oficio, si no conoces el campo no vas a ningún sitio. Tienes que conocer la materia prima. También me enseñaron mucho ‘El manigero de las piedras’, Juan ‘El pastor’, Domingo de la calle San Francisco y, por último, Alvarado, un hombre de Arcos que ha vivido muchos años en La Ina. En fin, tanto tiempo haciendo chozas que me hice maestro.
Si la naturaleza es tu inspiración y de ella extraes los materiales para construir, ¿no temes que el cambio climático altere de algún modo ese modo de trabajar e incluso ese estilo de vida?
Noto el cambio muchísimo. Por ejemplo, la caña es cada vez más delgada porque no tiene agua, los ciclos son más cortos, se han perdido las albinas porque no llueve, las lagunas de Espera se están perdiendo, los arroyos que metían agua en El Salado y donde solíamos segar mucho pasto; los pastos de balago (de cosecha) y de centeno vienen más cortos, se ha echado mucho veneno en el campo, se han castigado a las plantas y las hemos llamado invasoras…
Dicho de otra manera, ¿le ves las orejas al lobo?
No. La bioconstrucción tiene futuro, simplemente que donde antes necesitábamos 1.000 cañas ahora necesitamos 1.500. Hemos tenido que cambiar el tipo de pasto que utilizamos, y que ahora recogemos en las colas de los pantanos. Esperemos que los embalses vuelvan a coger agua porque entonces sí que la bioconstrucción no tendría futuro. Utilizo pacas de paja, el adobe, la madera, la piedra… que en este caso son materiales poco afectados por el cambio climático, aunque la madera escasea cada vez más; madera que tiene que estar certificada para no cargarnos los bosques.
Al tiempo de extraer materia prima se hace un trabajo en beneficio de la naturaleza. ¿Cómo se consigue?
Por citar un ejemplo, los montes de Los Alcornocales están entre los que menos arden, y eso es gracias a personas que continuamente cortan brezo y otros materiales que sacamos en mulo; es decir, sin medios técnicos. Están los corcheros y otros trabajadores que limpian el monte.
¿Qué tal tu experiencia como docente?
Ha sido y es muy bonita, de lo más gratificante. Hay un gran interés en la bioconstrucción, no sólo por los materiales vegetales, sino por los morteros de tierra, de cal, los empedrados de suelo que se están perdiendo… Hace ya once años que empecé a trabajar con el Museo de la Cal de Morón; se logró que la cal de la localidad fuera declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. A raíz de eso empecé a trabajar con el Instituto del Patrimonio Histórico Andaluz, con el Instituto Español de Patrimonio y con el de Nájera. En estos lugares repito cursos todos los años, asisten unos veinte alumnos y otras organizaciones que cuentan conmigo como el maestro que soy.
Por tanto, tu actividad está reconocida institucionalmente.
Afortunadamente. El artesano lo tiene difícil porque se debate con su condición de autónomo, empresario… Somos artesanos, pero somos constructores. La construcción moderna empieza con un móvil y grandes medios técnicos. Nosotros construimos con lo que tenemos alrededor. Ahora me voy a construir al puerto de Barcelona, hemos estado por Madrid y en el interior de muchas ciudades que están volviendo poco a poco a los materiales de cercanía. La bioconstrucción no es exclusiva del campo. Las ciudades, digo yo, se están convirtiendo en un donut; es decir los centros históricos se quedan vacíos. O se restauran o se construyen grandes edificios nuevos. No se puede perder las raíces arquitectónicas, el lugar donde ha nacido el pueblo o la ciudad.
Ya que tocas el tema, eres un defensor del patrimonio y como tal te has pronunciado en alguna que otra controvertida actuación en el casco antiguo de Arcos…
Arcos necesita un poco de cariño, trabajar, limpiar. No es necesaria otra cosa. Es decir, si hay una fachada en malas condiciones o un techo que se cae, habrá que obligar al propietario a adecentar o expropiar si se tercia. Es preciso mantener la tipología de los edificios, sus colores tradicionales, el tipo de puertas y ventanas, esa forja que tan importante y valorada ha sido en Arcos… No se puede poner tanto aluminio, pvc, pinturas plásticas y otros materiales que acortan la vida de los edificios. La humedad acaba empujando la pintura e incluso los revestimientos. Como no se suele utilizar la cal, cuando hay un problema ponen una monocapa y cosas por el estilo, materiales duros que no transpiran. Por eso las viviendas de cal han durado siglos. Vivimos en casas de cemento, pero no valen. Arcos necesita una restauración y no estaría mal que hubiera consenso de los partidos para que el que venga siga con el proyecto. El alcalde Jesús Ruiz, en su afán de dotar de una vivienda digna a muchas familias, despobló el casco antiguo. Con el tiempo reconoció que fue un error no haberlo repoblado. Se debería activar algún plan para recuperar el casco histórico y dar oportunidad a la juventud para que viva allí. Si le gente puebla el casco antiguo ya llegarán los negocios. Lo último ha sido lo de la plaza del Cabildo: un error, un proyecto acelerado, sin consenso. Las consecuencias que se sabían de antemano están ahí.
En fin, apasionante. Gracias por la clase y enhorabuena por el galardón.