Como toda la vida, el primer viernes de cada marzo Arcos consagra su devoción religiosa a la sagrada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, al que encomienda sus penas y deseos en un ancestral ritual que comienza a las nueve de la mañana con la apertura del templo de San Agustín. Es a partir de esos momentos cuando los fieles, que se han contado por miles acabada la jornada, comienzan a besar los pies de la imagen que descansa en su peana a orillas del retablo mayor. Y, de paso, encender una vela de las miles disponibles junto al patio de la iglesia como símbolo de ruego a Dios y también como ayuda a la hermandad.
La imagen del Nazareno, así pues, se acerca hasta el pueblo. O viceversa, mientras las gentes le regalan flores y dejan confesiones en silencio. Así, cada peregrino a lo más recóndito del casco antiguo expresa su fe en Dios y en este Nazareno objeto de devoción no sólo de los arcenses, sino además de cientos de vecinos de la comarca y de la provincia (a veces de más allá) que comparten la maratoniana jornada que terminaba a las ocho de la tarde con la misa colofón en dación de gracias por tan hermoso día.
Tal aglomeración reúne a personas de toda condición, muchas de ellas con manifiesta discapacidad que, por tanto, acceden al sinuoso entramado de calles que conducen a la iglesia sirviéndose del taxi, pues la convocatoria no permite un flujo constante de turismos.
Los miembros de la junta de Gobierno de la hermandad permanecieron todo el tiempo del besapiés custodiando la iglesia y velando por que todo saliera, como resultó, sobre ruedas. Por la tarde recibieron la visita del alcalde de la ciudad, Miguel Rodríguez, y parte de su equipo de Gobierno como muestra de apoyo a la hermandad.
Después del solemne besapiés, la cofradía se prepara para, si Dios lo permite, hacer su estación penitencial ya por las calles, la próxima ‘Madrugá’ del Viernes Santo. Pero ese será otro capítulo de la historia devocional de Arcos.
