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La memoria prodigiosa

Antonio Medina Gutiérrez. Jubilado

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  • Antonio Medina es un simpático hombre que vive en Paseo de Boliches. -

Alguien dijo que uno es, simplemente, el resultado de su educación. Si es cierto, estamos ante un hombre sumamente educado, pero sobre todo ante una memoria prodigiosa que recuerda con profusión de detalles todas las etapas de su vida. Es Antonio Medina Gutiérrez, nacido en el Barrio Bajo el 21 de septiembre de 1920.


A sus 92 años, el padre del conocido y apreciado médico Fernando Medina recuerda “una infancia feliz” que estuvo irremediablemente ligada a la plaza de los salesianos, que hoy sería la plaza Modesto Gómez. En ese lugar jugaba a la piola, la comba y a otros tantos juegos hoy prácticamente desaparecidos, pero que fueron la diversión de los niños de una época donde el juego mitigaba en ocasiones las ganas de comer.


Como vivía junto al colegio de los salesianos, asegura que entró en el mismo “gateando”. Todavía recuerda cómo en tiempos convulsos, a las puertas de la República española,  quemaron el colegio. Aún recuerda la estampa de los religiosos vestidos en La Caridad con ropa que no era la suya porque lo habían perdido todo, lo cual le causó un gran impacto cuando era un niño. Este hecho tuvo lugar en mayo de 1931, fecha en la que Antonio se preparaba para el examen de Bachillerato. “Aquello se me quedó impreso, cuando vi aquel campanario, aquella iglesia... Todavía me emociono”. Una monja llamada Sor Emilia le solía decir que nunca había visto a un niño llorar tanto...


Antonio vivía su relación con los salesianos como en una familia. Los religiosos solían visitar su casa para merendar al tiempo que le prestaban alguna explicación o consejo didáctico. Aquella casa familiar estaba en el número 5 de Pérez Galdós, en el negocio de su padre, un estanco y tienda de comestibles.


A los 18 años de edad fue movilizado para participar activamente en los últimos meses de la Guerra Civil. Lo enviaron al frente de Extremadura, aunque antes hizo la instrucción en Cádiz. Su participación en la guerra seguramente le produciría un gran dolor de pies, pues a pie recorría los caminos entre batalla y batalla, aunque su ligazón al ejército tuvo un carácter administrativo, pues estas fueron las tareas que le encomendaron. De hecho, cuando terminó la guerra lo enviaron a Valladolid, donde permaneció tres años trabajando en la administración, gracias en gran parte a la buena caligrafía que aprendió en los salesianos.


Después lo pasaron a Artillería, donde hizo buenas relaciones con la plana mayor... En aquella época le concedieron un permiso indefinido, con la mala suerte que fue movilizado de nuevo poco después coincidiendo con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, lo que él llama “La guerra europea”.


Así, lo enviaron a Sevilla también para ejercer trabajos administrativos; de ahí a la Jefatura militar del Campo de Gibraltar donde estuvo otros tres años. “Pocas guardias hice, siempre con los papeles...”.


Ya en Arcos, su primer empleo fue con la familia Bachiller, de la que conserva un gran recuerdo. A los dos años se colocó con los hermanos Ferrer en la desaparecida fábrica de harina de la ciudad. De aquellos años recuerda un trabajo sin horas, donde solía librar sólo los domingos por la tarde. Después fue contratado en la fábrica de bovedillas de Armario; una etapa de su vida de la que igualmente conserva gratos recuerdos por amistad con la familia. De hecho, ya jubilado solía seguir  ayudando a la empresa en tareas administrativas.


También trabajó un tiempo en los juzgados de Arcos, donde conoció a un niño rubio que hoy día es el alcalde de Arcos de la Frontera, José Luis Núñez, a cuya madre recuerda con gran cariño. Sin embargo, no era el oficio de Antonio...


Cuando contrajo matrimonio con María Capote Peralta marchó a vivir junto al teatro Olivares Veas, frente a la farmacia de Josefina Marín, donde nacerían sus hijos Fernando y Meque (María Auxiliadora de las Mercedes). En 1963 adquirió su actual vivienda, en la calle Paseo de Boliches, gracias a la subasta de un piso destinado anteriormente al secretario del Ayuntamiento. Por él pagó unas 90.000 pesetas, que después fueron 92.000 porque entró en el acuerdo un garaje contiguo. Aquella feliz compra casi coincidió con el terrible suceso del derrumbe de la fonda de Ramírez.


A los 65 años se jubiló. Corría el año 1985. Desde entonces su vida ha sido y es, si cabe, más tranquila, sin los agobios, prisas y tristezas de tiempos anteriores.
Antonio no es hombre de grandes aficiones, aunque admite que cuando era joven le encantaban los bailes. El fútbol también le ha gustado bastante, y aún recuerda los tiempos en que viajaba en moto a Cádiz para asistir al trofeo Carranza junto a amigos como Salvador Sánchez,  Manolo Vázquez, etc.


Modestia aparte, asegura que su memoria es mejor cuando recuerda episodios de su infancia y juventud, porque lo que ve ahora en la tele se le olvida de un día para otro. “Las cosas de antes se me quedaron impresas, más que lo moderno”. No obstante, presume de tener “un buen cascabel”; es decir, una mente que le ha acompañado en su dilatada vida. Ahora sufre de vez en cuando algún achaque de salud, algunos pequeños dolores en las piernas que se curan rápidamente cuando entra en calor y empieza a hacer ejercicio.


Antonio es abuelo de seis nietos, uno de ellos adoptivo por la muerte de un familiar. También tiene dos biznietos, con lo cual “el escalafón está cubierto al máximo”. 


Como creyente, se considera muy devoto de María Auxiliadora, cuya estampita nos acompaña en esta entrevista como una especie de talismán. También es posiblemente el hermano más antiguo de la cofradía arcense de El Perdón, además de ser hermano de Nuestro Padre Jesús Nazareno y miembro de las hermandades de La Sacramental y de la patrona de Arcos, la Virgen de las Nieves.
Orgulloso de su descendencia, narra que su hijo Fernando es una excelente persona y un mejor profesional de la medicina. “Tiene una educación y unos principios que siempre han sido muy buenos”. A él precisamente dedicamos con cariño esta semblanza de su gran padre.

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