El baile de la Presidenta Ruiz es el más grande exponente de los que, desde tiempo inmemorial, lucen en los tablaos del mundo flamenco. Es el genio más humano, hecho a base de siguiriya, farruca, bulería por soleá, granaína, rondeña o caracoles.
El estreno de esta obra suponía de entrada, como en todas las ocasiones que Mercedes Ruiz ha venido al Festival, que el Teatro Villamarta, su teatro, se llenaría para verla. Y así fue. Hubo tanta gente como de costumbre o acaso más. Y aquella artista de fino talle, poderosa cintura y manos de ensueño, se creció hasta alcanzar la altura de las estrellas a nivel de tierra, que son las que gozan del prestigio más reputado.
La introducción ya delataba que los noventa minutos se harían muy cortos para un público al que se le hace corta la estancia en el escenerio de la jerezana. Y no escatimó el tiempo, que lo regaló generosa, digo que la impresión, gratísima y memorable que transmite, hace que el reloj se convierta de aliado en enemigo, pasando con celeridad el intervalo que transcurre entre las nueve y las diez y media de la noche.
Mercedes Ruiz viene a configurar un paradigma de talento que deviene en arte mayestático cuando con sus taconeos retumban las raíces del pueblo. Es impresionante y hasta sobrecogedor cuando acomete esos giros de muñecas cadenciosos, acompasados, hipnóticos... o cuando arquea los brazos en posturas inverosímiles sin perder el equilibrio de su ideal flamenco.
Mercedes domina todas las técnicas, como todas las indumentarias, llámese pantalón, traje de volantes o bata de cola y abanico, porque posee esa llave que sólo unas cuantas elegidas utilizan para abrir las estancias donde se cultivan en cantidades industriales una sal jonda que cuenta con muy poquitos precedentes en la Historia del Arte Flamenco.
La buena armonía de una obra se consigue también gracias al cuadro de atrás con el que se acompañe una artista. En esta ocasión, con la bailaora estuvieron El Londro y David Lagos, al cante; Santiago Lara y Javier Ibáñez, a las guitarras; María López, al violín; Juan Díaz, al violonchelo; Paco Lobo, al contrabajo; Perico Navarro, a la percusión; Javier Peña, a las palmas. Y, por supuesto, dos bailaoras que dieron la de cal, como Vanesa Reyes y Carmen Herrera.
La noche pasa por momentos que van desde la pasión de una siguiriya o una farruca, donde Mercedes Ruiz estampa en el imaginario popular los ecos de una estética personal e intransferible, hasta el pregón que cantan al alimón David Lago y Londro, en tanto que la bailaora cambiaba su atuendo para subir de nuevo a escena, esta vez para hacer tres palos más, el último de ellos, los caracoles, para el que el público ya tenía preparada la ovación correspondiente, merecida a todas luces, pues Mercedes siempre ha sido acreedora de encendidos tributos y cálidos reconocimientos.
Es la Presidenta y tiene la gran responsabilidad de seguir siendo tan grande como es ella sola, en beneficio de un arte flamenco y unos seguidores que dicen el nombre de Mercedes Ruiz como quien evoca la llegada de la primavera.