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“Juan Ramón Jiménez es la razón de que yo sea poeta”

Pilar Pardo es una poeta jerezana todo emoción. Viene por Arcos con cierta frecuencia, por la casa de Julio Mariscal, porque es una de las mejores conocedoras de la obra del poeta arcense y porque es nuestra amiga

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  • Entrevistada y entrevistado. -

Viene, nos habla de Julio Mariscal, o de Juan Ramón Jiménez, o de sus amados poetas ingleses, y se va dejándonos su alegría, su gracia, su amor a la vida. Es todo un espectáculo oírla hablar de versos y más versos, aunque también le encanta hablar de sus hijos, de su perplejidad ante el tiempo, de sus afectos incondicionales. Hemos hablado con ella para el periódico.

—Con cierta frecuencia se deja ver por Arcos, por la casa del poeta Julio Mariscal Montes. ¿Qué es para usted la poesía de este autor?
—Es un referente. Alguien auténtico que no podía ocultar su delicadeza. Su dolor. Creo que la gran aportación de Julio Mariscal es eso, tan difícil, de desplegar los matices de un tema, como la elegía, o el amor, a lo largo del recorrido de un libro completo. Recomiendo  la estupenda Antología que publicó Renacimiento, La mano abierta. Allí están sus poemas memorables, vivos como si se acabasen de escribir.


—¿Y la de Juan Ramón Jiménez, porque sabemos que se encuentra trabajando en un profundo estudio sobre la obra del moguereño?
—Juan Ramón Jiménez es la razón de que yo sea poeta. A los diecisiete años cayó en mis manos el poema Espacio y aquello me cambió la vida. Sentí que aquella voz cósmica brotaba, extrañamente, de lo más profundo de mi ser. Que aquello me hablaba directamente a mí, hechizándome con su cadencia. Llevo toda mi vida, desde entonces, volviendo a su obra, a sus grandes libros. Porque me apresuro a decir que no hace falta, en absoluto, leerse los sesenta libros para acceder al tesoro de su obra. Que basta con asomarse a sus obras maestras, como son el Diario de un poeta recién casado, Lírica para una Atlántida, el ciclo de Elegías andaluzas o Españoles de tres mundos, para recibir el regalo prodigioso de su genio. Además, la mejor poesía que se está escribiendo en este comienzo de siglo XXI sigue dialogando con su obra final. Es el poeta más importante que ha dado España en varios siglos. Alguien universal.


—Usted ha publicado dos libros de poemas, "Temporada de fresas" y "Mirador". Con ellos se ha convertido en una poeta respetada, que no es poco. ¿Nos describe su poesía, aunque sea a grandes rasgos?
—Escribo con mi vida. Con todo mi ser. Cantar la sutileza de lo que  ocurre cotidianamente me permite compartir con los demás la extrañeza de estar viva. Mi primer libro trata de ser un compendio agradecido de las cosechas que nos regala Dios en la vida. El segundo habla de cómo todo lo que contemplamos anida dentro de nosotros, de cómo se anula el yo en el nosotros. Cuando voy a leer en público y a hablar de mi trabajo, me suelen comentar que les gusta el modo en que, en mis poemas, cualquier entorno o encuentro se despliegan como algo intenso, que todos tenemos esa sed de plenitud en nuestra vida.


—¿De quién, de qué poetas, se considera heredera?
—Yo creo que admiramos con lo mejor que hay en nosotros. Hay muchos poetas que no llegan a la emoción, que no estremecen, pese a intentarlo sin descanso. La poesía es una mezcla de trabajo incesante y de obediencia a un don. Es algo a lo que hay que someterse sin reservas. Con toda humildad. En cuanto a quienes son los poetas a quienes vuelvo siempre, tengo la suerte de hablar y leer inglés desde pequeña. Eso me ha enriquecido mucho y me permite tener dos claves de acceso al gozo musical de la palabra. Mencionaría a Juan Ramón Jiménez, Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Claudio Rodríguez, Ramón Gaya, José Mateos, Amalia Bautista, Antonio Moreno, Vicente Gallego, Inmaculada Moreno. Y en mi segunda casa a Emily Dickinson,  John Keats y William Butler Yeats.


—Usted participó como alumna en uno de los cursos de animación a la escritura que impartía el poeta jerezano José Mateos. ¿Qué sacó en limpio de esos cursos?
—Podría escribir un tratado de todo lo que aprendí, de las vivencias de amistad y cariño que siguen en nosotros, todos los que compartimos la experiencia. Me dio la posibilidad de atreverme a dar el paso de publicar. De convertir lo que yo vivía como una rareza íntima en devoción y gratitud. Lo que más valoro de lo muchísimo que he recibido es la amistad y cercanía de seres a quienes les pasa lo que me ocurre a mí, que necesitan la soledad para dar fruto. No me extraña nada que haya tantas solicitudes para recibir orientaciones de José Mateos, porque no es un "profesor" -y sé de lo que hablo porque tengo la licenciatura y el doctorado- sino un poeta de primera fila que te dice claramente por dónde está la veta, si existe,  a la que sirves de cauce. El resto es cosa de uno, de su capacidad de entrega y de trabajo.


—Sus libros antes indicados vieron la luz en 2010 y 2013. ¿Trabaja en algún otro poemario? ¿Tiene proyectos inmediatos?
—Este trabajo consiste en buscar una soledad y silencio que se convierte en una espera. Una espera, desde luego, muy activa, consistente en leer y meditar todos los días, en andar mucho. Los poemas suelen venir como bandadas de pájaros o bancos de peces, dando saltos todos juntos. Cuando van a venir hay una inminencia que me rebosa por completo. Son momentos que no se pueden comparar con nada. Tengo bastantes cosas en prosa y también poemas. Pero todo está en proceso y no hay señales de que se esté cerrando el ciclo, por el momento.

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