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El arte flamenco de Flores y Velázquez-Gaztelu, en Bilbao

El bailaor y el periodista arcenses estrenan ante el público vasco el espectáculo \'Paso a dos\'. Acompañados en el escenario de la bailaora Olga Pericet en una cita de danza y poesía

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  • José María Velázquez-Gaztelu. -

Cada vez son más los aficionados y amantes del flamenco en el País de los vascos. Cada vez son más los ciclos y festivales que por estas tierras se llevan a cabo. Y es que el flamenco acarrea pasiones allá por donde va, y es curioso en estos tiempos modernos el interés que el arte flamenco suscita en la gente de a pié. Fue antes en países como Japón o Francia que en la propia Euskal Herria, algo curioso, ya que éste está geográficamente más cerca y a la vez tiene a grandes flamencos en sus filas: el mítico tocaor navarro Sabicas, el guitarrista barakaldés Jesús Torres o el cantaor bilbaíno Lander Egaña Maizenitas, entre otros.


El aficionado del norte no duda en pagar por lo que ve, respeta el silencio y sabe escuchar. Vaya si saben escuchar. Y esto siempre es admirado por todos y cada uno de los flamencos que por estas tierras pasan. Algo que, a mi parecer, deberíamos aprender en el lugar que,más aún, vio nacer y crecer al propio flamenco. Entre otras cosas, esto fue lo que se encontraron estos dos aclamados arcenses en la Sala BBK de la Gran Vía bilbaína, dentro del Noveno Ciclo Flamenco que lleva el mismo nombre . Dos hombres, dos amantes del flamenco que, aunque de distintas generaciones, se supieron entender al momento. Y es que el aperturismo, el respeto, la comprensión, la afición y el amor por el arte, es lo que entre otras cosas tienen en común José María Velázquez-Gaztelu y Marco Flores. Uno poeta y activista flamenco; el otro, tocaor y bailaor por los cuatro costados.
Paso a Dos es la propuesta que les dio pié a encontrarse, a conocerse y a profundizar mutuamente. Por supuesto, con la presencia inequívoca de la bailaora y compañera de fatigas del propio Marco, Olga Pericet. La propuesta giraba en torno a estos dos bailaores y también, por qué no, bailarines, en un formato poco al uso que supo idear, proponer y guiar José María Velázquez-Gaztelu.


La música corrió a cargo de tres músicos de altura que dieron al espectáculo el empaque final, y ese peso necesario para hacer aún más grande a estos dos bailaores. Nos dio mucha alegría ver a una mujer entre las seis cuerdas: la portuense Antonia Jiménez, que supo estar a la altura de las circunstancias y a la que tanto Olga como Marco dan su confianza. El cante y el compás corrió a cargo del gaditano, aunque residente en Mont de Marsan (Francia), Manuel Gago, y también del ganador de la Lámpara Minera 2010 en el Festival de La Unión, Miguel Ortega, de Los Palacios.
Unos músicos impecables para un baile que nos hizo transportar y elevarnos a dos palmos de nuestros asientos. Y es que la delicadeza, el buen gusto y la compenetración real y armoniosa entre los protagonistas fue lo que de principio a fin destacó, que, aunque sea la costumbre, siempre nos sorprenderá esas ganas de superarse y ese auténtico amor que tienen por su profesión.


El espectáculo abrió cara a cara Flores y Pericet, Pericet y Flores por El Polo, de forma magistral y sutil, sin que sobrara ningún movimiento. En lo preciso está lo bello. En este caso y como filosofía del propio espectáculo, no había que chantar la mui (callarse la boca): había que “naquear” (hablar), como forma también de expresión y que a veces tanto cuesta a los artistas, ya que ellos se expresan de la mejor forma que saben hacer, que es bailando, bailando y bailando...
José María tiene muchas tablas sabiendo encauzar y sacar oro de cualquier cosa que reluzca. Hablaron del arte, del estado anímico de los artistas, de la inspiración. Sin guión aprendido, de forma distendida y verdadera, justo momento después de mostrarnos el baile en esta parte del espectáculo. Cómo no, hablaron del duende, de qué es y de dónde sale. Del mundo interior de cada uno y de su universo particular. De la gente que le rodea. De lo comprometido que es el arte y de cuánto nos hace feliz. De lo valioso que es luchar por las cosas que te hacen ser feliz, de los sueños alcanzables y de todo cuánto vale esto para transformarse en herramientas indispensables para amasar arte, o sea, flamenco. Con esto, se dio paso a la Seguiriya con remate por Cabales. Olga sola ante el escenario. Sobria, en su sitio, magistral. Seguidamente, con Marco en el escenario, nos transportaron hacia Málaga y sus montes, con vestidos, castañuelas y movimientos que nos transportaron a la época de Antonio y Gades. Como bien dijo Velázquez-Gaztelu, al caso, Olga y Marco bailan el silencio. Y es que José María bien supo sacar tanto a uno como al otro la parte más intimista de ambos.


Defendieron hacer algo por lo que se sienta, hacer algo con clave de compromiso. Y es que estos dos bailaores se vuelven a encontrar en el escenario en esta producción que el propio Gonzalo López -director del Ciclo- propuso abiertamente al director de Rito Y Geografía del Cante,  para que hiciera éste con total libertad lo que quisiera. Y cuánto agradecidos estamos de que se acordara de Marco y Olga y que, por cierto, tanto tiempo llevaba José María siguiéndolos en cada espectáculo, tanto en Bienales, así  como en Festivales de Jerez.


Recordar que ellos también coincidieron en el cartel del malogrado Encuentro Flamenco en Escena, una propuesta que no del todo llegó o quiso entender la mayoría de los aficionados arcenses. Quizás les quedase demasiado grande... En Marco y Olga, el baile contemporáneo es algo a tener en cuenta.


El Flamenco está vivo, es anárquico. De la estructura milimétrica a la más alta improvisación. La íntegra y real conexión entre los dos bailarines o bailaores fue la base indiscutible: sus miradas, la complicidad,la efervescencia en el rictus.  La Petenera, con tintes por soleá, esta vez con Marco solo ante el público, siendo al final de esta propuesta, cuando el hilandero conductor propuso a los músicos que se acercaran al ágora que se había improvisado para que hablasen tanto de Olga  como de Marco, de forma sincera y sin medias tintas. Sacaron fuerzas de flaqueza y hablaron del recorrido de éstos y de cómo es el día a día cerca de ellos y la forma de trabajar que ambos tienen. Y para finalizar, caracoles, que para eso estamos en el tiempo.


Paso a dos, una propuesta que en estos momentos no muy halagüeños para la cultura y el arte es todo un privilegio. Porque en estos momentos de vacas flacas es donde se criba el grano de la paja. Es ahora donde se ve quién tiene madera, capacidad y alma para llevar a cabo una propuesta de este calibre, de esta dimensión sincera y sin cortapisa. Porque estos dos arcenses demostraron en la capital vizcaína lo grande que es el flamenco, lo ecléctico y la capacidad que tiene para darse la mano con otras disciplinas sin perder un ápice de veracidad. Como decía un amigo euskaldún, “flamenkoa herriaren artea”, o sea, “El flamenco el arte del pueblo”.

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