Ya escribí en una ocasión que hace mucho tiempo que se dejó de ir a los plenos como quien iba al teatro, y eso es algo que, visto lo visto, vale para cualquiera de nuestras cámaras de representantes. Los aplausos que pueden sonar en cualquier sesión ya no son de reconocimiento, sino de adhesión con la causa; es decir, son figurativos, carecen de sincera admiración, salvo la que une por diferentes motivos a una “cla” frente a otra, que siempre será por ver quien aplaude, o quien ríe, más fuerte al final de una frase.
Pese a todo, el arranque de los nuevos mandatos municipales y, en especial, el estreno de muchos concejales y gobiernos, han provocado cierto interés por cuanto se dice, debate y plantea en los salones de pleno de muchas ciudades. En muchos casos todo se reduce a satisfacer expectativas, tanto buenas como malas, que se resumen en un “y de lo mío qué” o en un “madre mía los cuatro años que nos esperan”, pero no hay que olvidar que el resultado de cada uno de los escenarios políticos no son sino la consecuencia de nuestros actos, de los que votaron y de los que no, y quiere uno esperar que sea para bien, si es que en algo tenemos que ponernos de acuerdo.
Y, definitivamente, si hay dos ciudades en las que se está siguiendo con renovado interés -más bien curiosidad, tampoco se emocionen- lo que se debate en sus plenos son Jerez y Cádiz, como consecuencia propia de los aliños que determinaron sus respectivos gobiernos, ya que en ambos casos casi aguardaron al tiempo de descuento para decidir quién y cómo iba a gobernar la ciudad, y como era de esperar supieron ponerse de acuerdo en lo esencial: echar al PP.
En Cádiz se logró un acuerdo simbólico: situar al frente del Ayuntamiento al líder local de Podemos; en Jerez, experimental: poner al mando de la ciudad a un gobierno formado por siete concejales.
Y así, normal que el primer mes estuviese más plagado de gestos que de hechos, con la fecha límite para la celebración del pleno de organización resoplándoles en la nuca, como le debe resoplar al delantero el aliento de un defensa en plena carrera hacia el arco, salvo que aquí no terminaban de ponerse de acuerdo hacía qué portería dirigirse.
El ejemplo lo tienen en el primer y fallido pleno de organización de Cádiz, en el que el gran valedor de la investidura de José María González como alcalde, el socialista Fran González, se convirtió en su gran detractor. Puede que pensara como el del chiste -“¿es pa traicionarlo o no es pa traicionarlo?”-, pero tampoco hay que olvidar que, en el fondo, sólo les unía una cosa; en este caso, echar a Teófila, y que González, el socialista, ya ve las cosas con diferente y mejor perspectiva desde su despacho en Diputación: está claro que en política los premios no siempre van acordes con los resultados.
En Jerez no crean que andan más sobrados; en todo caso de tiempo: el primer pleno ordinario del mandato duró siete horas y medias; y sí, fue insoportable, como un maratón de películas de Aki Kaurismaki, o incluso peor, lo que tampoco quiere decir que fuese olvidable. El portavoz de Izquierda Unida, Raúl Ruiz-Berdejo, se encargó de que no lo fuera.
A un lado el hecho de plantear que se debatiera sobre tratados comerciales entre EEUU y la UE -cuestión sobre la que no paran de hablar los jerezanos por la calle a todas horas porque les debe ir la vida en ello-, insistió a la alcaldesa, con la misma vehemencia con la que lo haría un vampiro, que ordenase retirar del salón el crucifijo y la biblia con los que una nueva concejala del PP había jurado su cargo. Poco después, con el apoyo de Ganemos, al que se sumaría el PSOE -vaya forma de reconocer favores-, logró que se retire del Teatro Villamarta el busto de José María Pemán, que no digo yo que fuese el mejor sitio, pero, en todo caso, proponer su traslado a la Biblioteca Municipal, ¿o acaso lo próximo será ir allí a quemar sus libros?
Que José María González -sí, el Kichi de Cádiz- fuese quien viniera a poner orden entre tanto despropósito tal vez arroje algo de esperanza de cara al futuro. Hasta entonces, esfuércense ustedes en quitar el paro, que es para lo que los pusimos ahí, y déjense de puestas en escena.