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Cádiz

Un libro desentierra el dolor que cayó a las fosas comunes

En las fosas comunes del cementerio de Puerto Real se han exhumado los restos de cerca de 200 represaliados y, con ellos, ha emergido también su sufrimiento

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  • Elena Fernández Muñoz -

En las fosas comunes del cementerio de Puerto Real se han exhumado los restos de cerca de 200 represaliados y, con ellos, ha emergido también el sufrimiento que, durante tantos años, ha acompañado en silencio a sus familiares, un dolor que ahora, al final de sus vidas, encuentra un bálsamo.

Para encontrar ese bálsamo ha sido fundamental acercarse al momento en el que por fin, ochenta años después, estos familiares podrán enterrar a sus muertos y también sacar a la luz sus recuerdos en proyectos como el libro "Las emociones de la memoria", que hoy se presenta en la recién inaugurada Casa de la Memoria La Sauceda.

El antropólogo social gaditano Francisco Javier Pérez Guirao es el autor de este trabajo, en el que se recoge, a través de entrevistas, el testimonio de Dolores y Teresa, hijas de Cayetano Roldán, alcalde republicano de San Fernando que fue fusilado con tres de sus hijos, y el de Elena, hija de José María Fernández, quien fuera alcalde de Puerto Real, y que igualmente fue asesinado en 1936.

Ellas tenían entre cinco y quince años cuando perdieron a sus padres y hermanos y toda su vida han arrastrado "un duelo inconcluso" porque nunca pudieron enterrarles.

"Es una herida que además se ha transmitido de generación en generación. Cuando enterramos a una persona y decimos 'descansa en paz', el que en realidad descansa en paz es el vivo, que ha conseguido cerrar un ciclo a través de determinados rituales o tradiciones, algo que ellas no pudieron hacer", explica, en una entrevista con EFE, el autor de este libro.

El libro, la experiencia de estas tres mujeres, desvela cómo este proceso, "que se puede instrumentalizar políticamente", no tiene nada que ver con la política.

"Ellas odian la política, la recelan, sólo sienten una necesidad vital de poder dar ese entierro digno, de resolver esa parte de su vida", añade este antropólogo, que no ha realizado este trabajo con ánimo de "revanchismo, ni ganas de re-escribir la historia", sólo con la intención de "dar testimonio de lo que ellas, como muchas otras personas, vivieron".

Dolores, que falleció hace unos meses con 91 años, no llegará a culminar el proceso de enterrar a sus muertos, y su hermana Teresa, que tiene 95, seguramente tampoco.

Entre los restos de los 200 cuerpos exhumados de las fosas de Puerto Real están posiblemente los de sus tres hermanos, que fueron fusilados cuando ellas tenían 11 y 15 años, días antes de que también fuera abatido su padre, cuyos restos posiblemente estén en otra fosa en San Fernando.

Los restos de sus hermanos están ahora, supuestamente, en un laboratorio en el que los forenses analizan los huesos. Después de este trabajo, se llevará a cabo el cotejo con el ADN de los familiares, con lo que culminarían los trámites de identificación que darían paso al entierro.

"Es un proceso lento. Para estas personas llega bastante tarde", dice el antropólogo, miembro de la asociación de jóvenes investigadores "Memorias en Red".

Pero la posibilidad de acercarse a ese momento ya es, de alguna forma, un consuelo para estas mujeres, al igual que ver cómo sus historias, el sufrimiento que tantos años tuvieron que esconder, es ahora escuchado con atención e interés.

Elena, por ejemplo, hizo la comunión vestida de negro, de luto. Cuando le preguntó a su madre, le dijo que era su única forma de protesta. A su padre se lo habían llevado a la cárcel de El Puerto de Santa María y cuando fueron a visitarle le dijeron que ya no volviera, que ya no estaba allí. Su mujer supo entonces que lo habían matado, pero nunca hubo forma de certificarlo y mucho menos de saber dónde estaba su cuerpo.

Por eso Elena de niña llegó a soñar que su padre regresaba: "¡Y nos dimos tantos abrazos!, que le dejé la corbata arrugada y la camisa arrugada ¡Y estábamos tan contentos los dos?!. ¡Es que era una cosa?! ¡Qué alegría! ¡Qué alegría! ¡Has venido! ¡Has venido! y de pronto me despierto y me veo en el cuarto del colegio, los cristales esmerilados que tenía arriba para ver la luz y digo: ¡Anda!, esto es un sueño. Y empecé a llorar como una loca", cuenta en el libro.

"Las entrevisté para reconstruir la biografía de sus padres o hermanos, pero al hablar con ellas me di cuenta de que su historia iba mucho más allá. Normalmente los testimonios que hay son de tercera generación, de los nietos o nietas de los fusilados, ellas vivieron directamente este drama", explica el autor de este libro que busca dar también dignidad a los recuerdos y al sufrimiento de sus protagonistas.

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