La semana pasada, los leones de las Cortes vivieron un momento histórico; no, ningún imputado devolvió el dinero que había robado, ni un ministro cogió el autobús, aunque fuera por error. Por primera vez en la historia de nuestra reciente democracia, el Congreso rechaza un decreto ley.
Se las prometían felices en la bancada azul, pensando que, a pesar de gobernar en precaria minoría, podrían hacer de su capa un sayo cada vez que les viniera en gana, lo que han venido haciendo desde el principio de los tiempos. Pero las cosas no son como antes, y aunque el cuñadismo de Ciudadanos y la falta de líder en el PSOE les ha facilitado el camino, no pueden seguir pensando que todo el monte es orgasmo.
Este rechazo ha dejado claras algunas cuestiones. La primera, que el discurso del miedo no cuela. Se le caía la boca al ministro hablando de multas de la Unión Europea, descargando la responsabilidad en el resto de partidos del hemiciclo, cuando la culpa es de la torpeza del Gobierno, de su inacción y su ceguera. Se han pasado dos años tocándose los escaños, calladitos para que no afectara a los resultados electorales, y ahora nos vienen con estas. Ya no cuela.
Por otro lado, a Frankenstein se le ven las costuras más que los tornillos, y a la mínima Mariano se ha quedado más solo que el uno. No puedes esperar que digas que firmaste acuerdos sabiendo que no los ibas a cumplir, y que te sigan bailando el agua sin coste alguno. Una cosa es que te tomen por tonto y otra bien distinta es que lo proclames a los cuatro vientos.
Pero la consecuencia más importante de este hecho sin precedentes es el visualizar que moverse funciona. Frente al inmovilismo marianista, esa actitud de no hacer nada y esperar a que la fruta caiga de madura, la defensa de los derechos, la movilización y la lucha sirven de algo. Porque de tanto aflojarnos el cinturón se nos han caído los pantalones a los tobillos. Porque ha llegado el momento de, aunque no se menee, pararle los pies.