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El pobrecito hablador

Cortijos

Pobres de nosotros, que no alcanzamos a entender los tortuosos caminos de la política

De todos es conocido el hecho de que para ser cargo público en este país es más que suficiente conocer el mecanismo de un canuto para escribir la cuarta vocal, e incluso se ve con buenos ojos a aquellos que se sacaron el D.N.I. a la tercera para ocupar puestos de muy variada responsabilidad. Basta con saber doblar bien el espinazo, mostrar habilidad para andar de rodillas y berrear como un hincha borracho cada vez que se tercie.

Cuando tus méritos se circunscriben a la alabanza del hueso de cerdo como prevención ante la enfermedad de las vacas locas, o llamar al 061 en caso de guerra bacteriológica, y sigues en la palestra, puedes llegar a pensar que estás por encima del bien y del mal. Incluso del regular.

Si, aunque te pillen con las manos en la tablet, sigues sentenciando en materia de empleo y jornadas laborales con el aplauso de tu bancada, es posible que veas en los leones de la Carrera de San Jerónimo dos mastines guardianes a la puerta de tu cortijo.

Cuando miras por encima de tus clasistas hombros a todo aquel que no lleva chaqueta y corbata, o peina rastas en lugar de bañarse en gomina, y la única reprimenda que recibes es la media sonrisa de los medios y la suave carcajada de tus compañeros de partido, no es de extrañar que llegues a una Comisión, te acomodes como en el sofá de tu saloncito y vociferes contra el oponente de turno, como si le gritaras a la tele ante un penalti no señalado. O a tu chófer.

Oh, pobres de nosotros, infelices que no alcanzamos a entender los tortuosos caminos de la política, el sacrificio del cargo público, lo ejemplarizante de su labor.

Guardad sus actos en lo más profundo de vuestros corazones, grabad sus palabras en vuestras mentes, y recordad que, aunque vuestros hijos saquen malas notas en el colegio, hay cientos de cargos públicos que ni siquiera pudieron acabar el curso de guitarra de CCC, y más pronto que tarde necesitarán un relevo.

Dicen que tenemos los políticos que nos merecemos. Dios, qué tipo de crímenes habré cometido en otra vida…

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