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Jerez

Medio siglo de acento maño en Jerez

Hace cincuenta años cientos de maños procedentes de varios pueblos de Aragón llegaron a Jerez para trabajar en las azucareras.La ciudad les rinde ahora homenaje

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Amadeo García, Guillermo Herrera, Cecilio Lorente, Alfredo Domínguez, y los hermanos García Lázaro, protagonistas del reportaje.

Una imagen de sus primeros años en Jerez

Hay un brillo especial en los ojos de Amadeo García, Guillermo Herrera, Cecilio Lorente, Alfredo Domínguez, también en la de los hermanos García Lázaro, cuando, echando la vista atrás, narran las primeras vivencias que experimentaron las más de cien familias aragonesas a su llegada a Jerez, hace ya cinco décadas.

   Eran finales de los sesenta cuando los complejos azucareros de las tres provincias de Aragón comenzaron a echar el cierre. Un sector que llegó a ser toda una potencia económica y en el que, a mitad del siglo pasado, llegaron a coexistir un total de diecisiete azucareras en la comunidad maña, entre las que se encontraban la de Épila, Alagón, Puebla de Híjar, Zaragoza, Monzón, Terrer, Casetas, entre otras. Fueron miles las familias que se vieron afectadas ante el declive de este sector que daba trabajo a gran parte de la población autóctona de las localidades donde se ubicaban estas industrias, ejemplo de ello fue el caso de la azucarera de Épila.

   ‘‘El cierre de nuestra azucarera supuso un auténtico drama, ya no solo por los trabajadores que tuvimos que emigrar a Jerez, sino también para el propio pueblo que pasó a tener la mitad de habitantes, de más de 6.000 a sólo 3.000 habitantes”, narra Guillermo Herrera, uno de los antiguos trabajadores - ya jubilado- que se trasladó al municipio jerezano para trabajar en la azucarera de Jédula.

El Jerez de la prosperidad

    Pese al cierre de los complejos azucareros de Aragón, los maños no se dieron por vencidos, y maleta en mano viajaron hasta el Sur, donde hallaron en Jerez  un nuevo hogar.

  Llegaron en plena época del desarrollismo jerezano, del auge bodeguero y  de la industria. “Llegamos a la ciudad cuando Jerez era sinónimo de empleo y prosperidad”, explica García Lázaro, uno de los maños afincados en Jerez.   Épocas doradas que ya quedan atrás en el olvido.

   Cuando la Azucarera del Jalón(Épila), uno de los complejos más fuertes de Aragón, cerró, a los trabajadores se les ofreció ser trasladados a Jerez, y, aunque con el paso de los años a estos maños les han valido cientos de alegrías, al principio resultó ser muy traumático. “Se nos presentó como ir al fin del mundo. Antiguamente para ir desde Aragón hasta Jerez, tardábamos más de un día en llegar. Teníamos que hacer transbordo en Madrid, era una odisea, era más fácil ir de Aragón a Suiza que a Jerez. No era ninguna broma”, relata Agustín García Lázaro.

“Llegamos a la ciudad cuando Jerez era sinónimo de empleo

 y prosperidad. Desde el primer momento que llegamos nos sentimos en familia”

    Aunque los de Épila no fueron los únicos aragoneses que emigraron a Jerez para trabajar en las tres azucareras que existían en la localidad (El Portal, Jédula y  Guadalcacín), sí que fueron la comunidad más numerosa, concretamente 89 familias  fueron las que se instalaron en  la zona de Vallesequillo, barrio en el que el sector azucarero compró dos bloques destinados a estos nuevos trabajadores. ‘‘El número 27 y 28 de Vallesequillo, eran llamados los bloques de los maños. Nunca necesitamos asociarnos ni tener una Casa de Aragón, porque ya teníamos donde reunirnos, éramos una piña. Cuando la azucarera de Épila cerró, en Jerez nos pusieron muchas facilidades; desde los pisos, el colegio para nuestros hijos, hasta llevarnos los sábados a la playa o llevar en autobús a las mujeres al mercado. Lo que ahora ofrecen las empresas a sus trabajadores no es ni una sombra de lo que brindaban antaño, ahora resultaría impensable que pusieran tantas facilidades ”, recuerda Amadeo García,  a sus ochenta y cinco años, el ex trabajador maño más longevo de la azucarera de Jédula.

Una nueva casa en el Sur

   Todos ellos tienen un pensamiento en común: “Desde el primer momento que llegamos nos sentimos en familia”. Eso sí, también narran cómo tuvieron que acostumbrarse a un estilo de vida distinto e incluso aprender otras palabras que en aquel entonces les sonaban a chino. “Llegábamos al mercado y lo que para nosotros eran alcachofas, aquí eran alcauciles, o por ejemplo, chicharitos a los guisantes, y así un sinfín de palabras. Aunque quizás lo que llevábamos peor era la lluvia. El año del montaje - 1969- fue un año en el que en Jerez llovía torrencialmente, allí estábamos acostumbrados a mucha niebla y mucho frío, pero las lluvias no tenían nada que ver”, comenta Amadeo García, quien añade que “quitando las lluvias, este clima no lo cambio por nada”.

   La forma de trabajar en las industrias azucareras  jerezanas también era muy diferente a las ubicadas en el noroeste de la península. Mientras que aquí la cosecha se realizaba en verano a altas temperaturas, la temporada de remolacha en Aragón se realizaba en invierno. La carga de trabajo en Jerez también fue muy superior. “Mientras que allí, en Épila, se molían 400 toneladas al día, en la azucarera de Jédula se llegaban a las 4.200 toneladas por día. Eso sí, el trabajo en la Azucarera de Jalón era mucho más manual. La localidad jerezana estaba a la cabeza en innovación tecnológica y llegaron a automatizar las máquinas que se trajeron de las fábricas de allí, lo que significaba que para una molienda superior necesitaban una ínfima parte de los trabajadores que estábamos allí”, cuenta García. 

"Era más fácil llegar a Suiza desde Aragón que a Jerez. El viaje duraba un día entero. Lo que ahora ofertan  a los trabajadores no es ni una sombra de lo que ofrecían antaño"

   Lo que tampoco tuvieron nada fácil fue encontrar un bar donde “jugarse el café”, una tradición que intentaron instaurar los maños en Jerez y que resultó casi imposible. “Era una tontería, pero cuando terminábamos de trabajar antes de entrar por la tarde, nos gustaba jugarnos el café con una partida de cartas - al rabino-, sin embargo, cuando llegábamos a un café y preguntábamos si podíamos jugar, nos decían que estaba prohibido. Estuvimos deambulando por varios bares de aquí para allá, hasta que en Vallesequillo abrieron uno en el que pudimos retomar esta graciosa costumbre“, ríe y cuenta García. 

    Entre risas, también, los que llegaron siendo unos benjamines a la ciudad, explican como su afición preferida era ir a visitar bodegas: “Nos encantaba ir a visitar bodegas, y cuando venían nuestros familiares de Aragón, nosotros hacíamos de cicerones”. Cecilio Lorente y Alfredo Domínguez añaden que “los fines de semana nos teníamos que trasladar a El Puerto o a Arcos, porque allí estaba la movida. Para los más jóvenes Jerez resultaba aburrido porque cerraba todo a las nueve de la noche, y sólo tenías dos opciones; o ir al cine o ir al Villamarta”.

"Nos sentimos jerezanos, aunque uno nunca olvida la tierra en la que nació"

    Anécdotas que van de generación en generación, que seguirán contando a sus nietos estos maños, en los que el acento jerezano fluye armoniosamente con el acento que aún les queda de su tierra natal, y es que, tal y como dicen ellos,  a pesar de sentirse del todo jerezanos, “uno nunca olvida el lugar en el que nació”.

Premio Ciudad de Jerez

La comunidad maña afirma está eternamente agradecida a Jerez, pero ahora es el turno de esta localidad de poner en valor a todos los aragoneses llegados de diferentes puntos, como, por ejemplo, Épila, Lumpiaque, Casetas, Terrer, Alagón, Calatayud, Monzón o Santa Eulalia, y el trabajo realizado durante décadas en el sector más “dulce” de la agricultura.

  Entre otros actos que se llevarán a cabo en la localidad a lo largo de este mes de octubre para conmemorar la llegada de los maños a Jerez, destacan el homenaje que se hará en la barriada de Vallesequillo, en el que una de sus plazas llevará una nueva nomenclatura, denominada ahora “Plazoleta de los maños”. También se llevará a cabo  una exposición pictográfica de los trabajadores maños en las azucareras jerezanas, la cual será inaugurada el próximo día 21 de octubre en el Alcázar. A esto se añade la celebración de un almuerzo que logrará reunir a cuatro generaciones de maños que emigraron a Jerez.

   Además, el Consistorio ha querido rendir un homenaje especial a esta comunidad y será el próximo miércoles, día 9 de octubre, cuando antiguos trabajadores y familiares sean  los encargados de recoger el Premio Especial Ciudad de Jerez, y dar voz a una época que hizo historia en la localidad jerezana.

Los años 70 , la ‘edad de oro’ del cultivo dulce en Jerez

La década de los setenta marcó un antes y un después en la economía jerezana. Fueron años de glorias y de prosperidad, sobre todo para el sector azucarero de la zona, llegando incluso a convertirse en la principal comarca productora de azúcar del país. Años en los que el cultivo de remolacha llegó a alcanzar las 50.000 hectáreas de superficie, llegando a concentrar el 25% de la producción española.  Sin duda, la innovación tecnológica en las diferentes  azucareras jerezanas trajeron a la provincia mucha carga de trabajo, pero también un impacto negativo a nivel medioambiental. A finales  de los ochenta, las azucareras jerezanas comenzaron su declive, aunque no fue hasta comienzos de los 2000, cuando dos emblemáticas industrias azucareras de la zona tuvieron que echar el cerrojo para siempre, la de Jédula (2001) y la de Guadalcacín (2008), siguiendo tan solo en activo la Azucarera del Guadalete en El Portal.

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