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Sevilla

Reina de corazones: Un hijastro llamado deseo

En lugar de trazar un retrato complejo y lúcido de la protagonista -una espléndida Trine Dyrholm- la reduce a los clichés más fáciles, tramposos y sexistas...

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Frente a quienes se han deshecho en elogios ante esta película -que son mayoría y pesos pesados de la prensa especializada, ténganlo muy en cuenta- quien esto firma va a la contra porque, como feminista y como crítica, no le han convencido nada, más bien le han irritado profundamente, sus soluciones narrativas, de puesta en escena, éticas, ideológicas y estéticas.

Y bien que lo siente pues tiene una mirada de mujer tras la cámara -May el-Toukhy, danesa de ascendencia egipcia de la cosecha del 77, de la que es la segunda en su filmografía y quien firma también su guión junto a Maren Louise Käehne- y estaba muy predispuesta hacia ella al comienzo de la proyección. Para completar su ficha técnica, se trata de una coproducción entre Dinamarca y Suecia, de 127 minutos de metraje, con una preciosista y gélida fotografía de Jasper Spanning y una efectista y chirriante partitura de Jon Ekstrand.

Sigue a una pareja de la alta burguesía ilustrada escandinava compuesta por una abogada y un físico, que vive en una preciosa mansión en medio de un hermoso bosque y que tiene dos deliciosas hijas gemelas con las que aparentemente forman una familia idílica. Hasta que el desubicado hijo adolescente del marido, nacido de una relación anterior, se traslada a vivir con ellos. Y estalla una pasión prohibida, latente en ambos pero iniciada por la madrastra,  de consecuencias devastadoras.

La realizadora pretende transgredir determinados tabúes: el del incesto que no es exactamente tal, el de la afirmación sexual, sensual, erótica y carnal de una mujer madura quien, supuestamente insatisfecha en su intimidad conyugal, siente despertar sus sentidos ante la sangre joven y se reivindica como sujeto de sus propias pulsiones, reconociéndose en su identidad corporal. Sí, pero…

…En lugar de trazar un retrato complejo y lúcido de la protagonista -una espléndida Trine Dyrholm, muy superior a su esquemático personaje- la reduce a los clichés más fáciles, tramposos y sexistas. Así la representa como una villana de manual a quien no le importa arrasar con todo, sin contradicciones, ni dudas aparentes. más que las derivadas de no perder su status quo caiga quien caiga. Como en el caso del ejercicio de una profesión, cuya representación también está plagada de lugares comunes, en el que se muestra empática, solidaria y hasta, el colmo, feminista… Una profesión que le muestra que ciertos límites no deberían ser cruzados. Pero que, una vez hecho, lo suyo es asumir todas las consecuencias. Cosa que tampoco hace.

De nuevo, la mujer en la picota. De nuevo, el cherchez la femme. De nuevo la mirada patriarcal, envuelta en el celofán del glamour, castigando las transgresiones que se aplauden en los hombres. De nuevo, las oquedades narrativas y los errores en la lógica interna del relato en beneficio de una estilización tan resultona como banal que impiden el necesario acercamiento y la comprensión de las fragilidades y motivaciones de quien podría haber sido una inquietante antiheroína. Y a su entorno familiar y laboral.

En fin… Escrito queda. Recuerden que esta es una opinión personal, intransferible y minoritaria. La pelota en sus tejados.

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