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Barbate

La Fuente El Viejo

Era una de las fronteras de los niños más atrevidos, y un mar de esperanza para los “regantes” que de ella vivían

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  • Regantes. -

Lo mismo que los puntos cardinales, el agua ha brotado y bañado a Barbate por “los cuatro costaos”.  El mar, el río, el Tajo y la Yerbabuena, siguen manifestando ese amor constante que las aguas le profesan, como hacía años, otro manantial bañaba la “Ribera de la Oliva”, hasta que cayó en desgracia con las construcciones que, sin orden ni concierto,  diseminaron hasta desterrar suculentos frutos y variopintas hortalizas de inigualable sabores, olores y colores. Cemento, ladrillos y todo tipo de pertrechos, bastó para crear desproporcionados laberintos, cegando tan natural vergel y apagando el melódico sonsonete que se  multiplicaba en constante escorrentía, calmando la sed de la tierra y refrescando la sabia que hacía reverdecer tan natural entorno. Pozos de imprudencias que hicieron extinguir los niveles freáticos que surtía el manantial de su cristalina garganta.    

Como cualquier niño de mi edad, recuerdo las correrías que nos convertían en andarines de lo desconocido por aquella angosta carretera que, conforme se alejaba, iba descubriendo identidades distintas a la naturalidad de la playa o el río, y demás lugares donde se desarrollaban nuestras cotidianas hazañas infantiles. Y aunque tan lejano paraje daba sensación de agreste y seco, se tornaba paradisiaco al descubrir la plétora magnificencia de la “Fuente el Viejo”.

Soñadores de la libertad,  como las abejas y mariposas que libaban el néctar de las flores, allí saciábamos las inquietudes de nuestras almas aventureras para  transformarnos en “pirata de lo ajeno”, abordando árboles y sembrados donde el agua, el sol y la tierra, creaban una constante primavera. Y asaltando vallas  y alambrados de tan magnificente  bajel, entre aroma de yerba luisa y yerbabuena, éramos los primeros en degustar  zamboas, ciruelas, granadas, damascos, azofaifas, nísperos llorones, peritos de mayo, etc., dejando vestigios de cáscaras de naranjas y hojas de lechugas, o arrumbando a sotavento despavoridos cuando nos perseguían ladridos de perros y gritos de hortelanos.

Más de cuarenta REGANTES distribuían el agua por laberintos de acequias y taludes, conservando la antigua cultura heredada de los árabes, y dedicando sus vidas a la tierra, solo dependiendo de aperos y animales de labranza, zoleta, hocino, azadón…,  cuando la tecnología agraria era tan humilde como las chozas que habitaban. El estierco animal servía de nitrato y fertilizantes  y bandadas de picos alados controlaban las plagas de mosquitos e insectos dañinos, como insecticida natural, para que árboles y sembrados se desnudaran en su medio ambiente, sin la esclavitud de plásticos contaminantes. Siendo la temporalidad de sus productos la mejor dieta equilibrada para la salud y la buena alimentación,, totalmente carente de aditivos o conservantes.

“La Fuente el Viejo” era una de las fronteras de los niños más atrevidos, y un mar de esperanza para los “regantes” que de ella vivían.  Estaba situada en la curva después de la “cueva de la mora” y antes de la antigua venta “el Loro”. Allí brotaba su acuífero oleaje derramando  la “sangre de la tierra”, para vestir de vida y color mi añorada “Ribera de la Oliva”.

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