El español Rafael Nadal, ganador en trece ediciones, cayó en semifinales de Roland Garros frente al serbio Novak Djokovic, 3-6, 6-3, 7-6(4) y 6-2 en 4 horas y 11 minutos, que jugará la final contra el griego Stefanos Tsitsipas.
Es la tercera derrota que sufre Nadal en París en 108 duelos, la segunda a manos del serbio, número 1 del mundo, el único que ha logrado derrotarle en la arcilla francesa junto al sueco Robin Soderling.
Fue tras un partido inmenso, un homenaje al tenis sobre arcilla entre los dos mejores tenistas en esa superficie, un premio extraordinario para el serbio que, por fin, logró derrotar al español en plenitud de sus condiciones.
En 2015 lo hizo con un Rafa mermado física y psicológicamente y los otros fueron todos triunfos del español.
Fue un duelo en el que los dos tenistas mostraron que son capaces de quebrar las leyes del tenis, las leyes antipandemia, las leyes de la naturaleza. El público pudo asistir al espectáculo hasta el final, porque las autoridades se lo permitieron pese al toque de queda.
Nadal sacó la apisonadora desde el inicio, levantó dos bolas de rotura y puso la directa para colocarse 5-0. El serbio tardó 35 minutos en anotar un punto, pero cuando lo hizo encadenó 3, tras hacer buena la quinta bola de quiebre y levantar dos puntos de set del español.
No se descompuso Nadal, que aguardó su siguiente saque para cerrar la manga, una hora después del inicio.
La mejoría de Djokovic en el final del primer set se confirmó en el segundo, el serbio estuvo más incisivo, más asentado en su servicio y, sobre todo, más agresivo en el resto, lo que hizo sangre en el juego de Nadal, obligado a ir al límite.
El español se defendió y se creó sus oportunidades, pero no estuvo fino a la hora de apuntárselas. Hasta cinco bolas de rotura desperdició, por una única anotada.
El empate no sentó bien a Nadal, desdibujado, timorato con su servicio, agredido con el resto, que no carburó, lo que dio alas al serbio, agresivo al resto, siempre metiendo presión al español, que parecía condenado a la deriva.
Caía la noche en París y Nadal daba su peor cara, colgado de un hilo, pendiente de un soplido del serbio, aferrado a base de coraje, sometido a un acoso sin piedad.
Con 5-4 servía Djokovic para llevarse el parcial, pero Nadal siempre vende cara su piel. Reaccionó para empatar a 5 y aceleró para gozar, en el siguiente juego, de una bola de set.
El serbio se rehizo, la levantó y forzó el juego de desempate, donde fue más sólido para colocarse 2-1.
El espectáculo era tremendo en la pista y la grada no quería perdérselo. "¡No nos iremos, no nos iremos!", coreaban los 5.000 aficionados autorizados, mientras se acercaba el toque de queda de las 23 horas.
Mientras los jugadores se retiraban a vestuarios, cuando la carroza iba a convertirse en calabaza, la megafonía anunció contra todo pronóstico que, de acuerdo con las autoridades francesas, podían permanecer. Parecía difícil evacuar. Aplausos y algarabía en las gradas, júbilo para seguir viendo el fantástico duelo de titanes. "¡Merci Macron!" y que siga el espectáculo.
Suena La Marsellesa y prosigue la batalla. Toma y daca. Empezó golpeando el español, que arrebató el servicio del número 1, pero su reacción fue rápida, lo recuperó al cuarto y ahí apareció su mejor versión, la que necesitaba para doblegar al 13 veces campeón.
Nadal pidió asistencia para quitarse un vendaje del pie izquierdo y Djokovic olió la sangre, avanzó peones y arrinconó al español, que veía como de nuevo se abrían vías de agua en su línea de flotación.
La noche era ya cerrada y el público sentía que asistía a un momento histórico. Su aliento no era suficiente. La ovación cuando se retiró fue emotiva. Mañana, cuando amanezca de nuevo en París, el único Nadal que podrá verse en Roland Garros será el de acero que, para siempre, adorna el torneo en homenaje a rey.