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"La última vez"

Artículo del escritor Abraham Guerrero

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  • Abraham Guerrero. -

Abraham Guerrero

Hago este artículo por petición expresa de Pedro Sevilla. De Pedro, me gusta mucho un poema que empieza: “No pensaba escribir. / Había decidido hacer oposiciones / y olvidar para siempre esta terca manía / de alborotar un folio / contándole a la gente que ayer estuve triste”. Y es precisamente el inicio de este poema por lo que quiero empezar. Decir que no pensaba escribir sobre este tema, no porque haya decidido hacer oposiciones, sino porque no me había parado a reflexionarlo. Pero como uno ya se ha acostumbrado a la terca manía de alborotar un folio, y como entra septiembre con su olor de septiembre y su luz de septiembre por mi balcón, y a esa luz y a ese olor los acompaña siempre cierta tristeza de inicio de curso, de verano que se acaba, me he sentado en el escritorio sin saber qué decir y se me ha venido a la cabeza que hace dos años fue la última vez.

Hace dos años fue la última vez que pensamos cuáles eran los días idóneos para ir a la feria, si empezar desde el miércoles no era muy atrevido (aunque uno siempre baja con cierta inocencia y se miente y se dice «es solo una vueltecita»). Fue la última vez que Jesús Arias nos dio la tabarra insistiendo en que a la comida del jueves no se puede faltar, que hacerlo es una traición a la patria que son los amigos. Hace dos años fue la última vez que pensamos en ir al centro comercial para comprar algún conjunto para el viernes de feria, la última vez que casi nos atropella un caballo, que casi ganamos algo en los ‘tiritos’, que casi nos regalan una rosa.

Hace dos años fue la última vez que la caseta ‘ Taurina Emilio Oliva’ puso su esqueleto en el llano de la feria un mes antes de que empezara la feria, la última vez que alguien nos coló en la caseta ‘Los Labradores’, la última vez que maldijimos los conciertos de la ‘Caseta Municipal’, que disimulamos la borrachera cuando vimos a nuestra abuela del brazo de su amiga, que le dijimos a alguien el viernes de feria «a ver si se acaba ya la feria». Fue la última vez que fuimos a pedir a otra caseta porque la bebida era más barata que en la caseta donde estábamos bailando, la última vez que vimos chorritos de agua caer sobre cocos, que olimos algodón de azúcar, hierbabuena y vino mezclados, la cebolla de la ‘Hamburguesería Anabel’.

Hace dos años que nadie piensa en irse a un ‘todo incluido’ porque no le gusta la feria. Y dos años también desde que no escuchamos el coro de ‘Siempre así’ retumbar en nuestros oídos. Hace dos años que no nos cuelgan del cuello (en ese momento en que nuestra vergüenza rueda por el albero como un farolillo de feria) collares fluorescentes. Hace dos años fue la última vez que pensamos que quizás sería bueno aprender a bailar sevillanas, o cuál es la fórmula para quitarle el albero a los zapatos. Hace dos años que el turronero no nos molesta por las mañanas, y que no botamos en ‘La vespa’ escuchando ‘Maradó, Maradó’. Hace dos años fue la última vez que unos cohetes nos pusieron tristes, la última vez que dijimos voy a empezar la dieta después de feria, a hacer deporte después de feria, a dejar de salir después de feria. Fue la última vez que, agarrados de alguien querido, subimos hacia nuestras casas sabiendo que al día siguiente el otoño nos observará por la rendija de la puerta con la cara de Jack Nicholson en ‘El resplandor’. Y sí, queridos, hace dos años fue la última vez que nos dijimos que al año siguiente habría que gestionar mejor la feria, para luego volver a tropezar en lo mismo.

 

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