Lola Flores sigue dando que hablar casi 27 años después de su muerte. Es un perfil jugoso para debates y tertulias de barras de bares o de patios de vecinos. Desde hace unos años esas conversaciones tan costumbristas han pasado a darse en las redes sociales, alzando la voz incluso quienes menos tienen que aportar porque para cualquier cuestión de la que se hable es preciso contar con algo de información o al menos utilizar argumentos medio sólidos. Me hace gracia, por decirlo de alguna manera, lo que muchos amigos comentan respecto al futuro museo dedicado a Lola Flores que se instalará (así lo confirman las obras) en la Plaza Belén. Hasta que no se inaugure, yo no abriré la botella de vino para celebrarlo, lo tengo claro. No obstante, me alegra desaforadamente que se empiece a ver el final de un largo túnel (casi veinte años) marcado por cambios de proyectos, ideas desmoronadas, buenas y malogradas intenciones...
La Faraona ya debería tener en su tierra ese ansiado local lleno de batas de colas, peinetas, abanicos, fotografías, vinilos y otros tantos enseres que atraigan a miles de visitantes cada año y que reporte a Jerez un turismo cultural y de calidad. Me sorprende, insisto, algunas de las quejas que se leen por Facebook sobre la localización de este complejo museístico. Según los cálculos de aplicaciones digitales expertas en la materia, se tarda paseando no más de quince minutos en llegar de la calle Sol a la Plaza Belén. ¿Es la lejanía entre los dos puntos un objeto de crítica? ¿Es que vivimos en Nueva York que hay que pasar por dos líneas de metro para ir al trabajo?
No puedo llegar a entender el sentimiento 'lolista' de algunos, que ahora se dan cuenta dónde está la casa natal de la jerezana más universal de la historia. Quizás sean los mismos que aparcan su coche detrás de su monumento en Cruz Vieja afeando cualquier fotografía de recuerdo, o que abandonaron el barrio para comprar cómodos adosados a las afueras, o son los mismos que desconocen que Lola Flores se iba a Santiago a disfrutar y a respirar Jerez en sus últimos años. Esto que digo puede hacer daño a mis convecinos, lo sé, yo también lo siento así porque soy de
San Miguel, pero Lola se metía en la Peña Tío José de Paula para pegarse sus juergas, o en la íntima, gitana y desaparecida Peña Los Juncales de la calle Nueva, así como se rodeaba de aficionados y artistas santiagueros como La Martine, Bastiana, Tomasito,
Salvaorita de Rebeco o Antonio El Pipa para conformar su mítico Tablao en Telecinco. Eso no quita que, como dice el que fue su gran amigo Diego Vargas, Lola nunca dejara de sentirse “esa niña de La Plazuela,
campillera, con alegría, humildad y arte". Pero centrar el perfil artístico y humano de Lola solamente en San Miguel me parece una exageración. Lola era Jerez entero, Andalucía y España.
Tengo la gran suerte de conocer personalmente a algunos miembros de la familia Flores como a
Lolita o a Elena Furiase, y he paseado por la casa natal de la matriarca junto a ellas. Lógicamente, no les resultaba del todo agradable la imagen de la fachada de ese número 45 de Sol, pero no hay que olvidar que es una propiedad privada desde antes del problema con Hacienda. El amigo Malvido, que sigue viviendo en esa calle, hacía lo que creía oportuno para adecentarla, sin demasiado éxito, con banderas, poemas y una guitarra…
Ahora se ha vuelto a crear el insustancial debate sobre el tema de la pequeña (en metros cuadrados) casa. Al parecer, según hemos podido saber, “
no consta en Urbanismo ningún proyecto de derribar la casa natal de Lola Flores” por parte del propietario, y, si así fuese, “se aplicaría la normativa urbanística de protección de fachadas” que afecta a este tipo de casas en determinados barrios históricos.