La iniciativa de desasgraviar a los moriscos parece una iniciativa progresista pero es una medida guerracivilista porque puede dividir a los españoles. El pasado histórico debe ser analizado con una perspectiva crítica en las sociedades democráticas, desde luego, pero esa función corresponde a la sociedad abierta en general, a los historiadores, investigadores y científicos independientes, no a los gobiernos ni a los políticos profesionales que carecen de la objetividad, la competencia técnica y viven y obran enfeudados en la lucha política y usan la historia como arma arrojadiza y electoralista.
Un ejemplo de ésta se ha producido hace algunos días en el Congreso de los Diputados donde se ha presentado una proposición no de ley destinada a desagraviar a los descendientes actuales de los moriscos expulsados de España hace 400 años, en 1609. Las injusticias del pasado no pueden ni deben ser seleccionadas en función de las necesidades del presente. Lo ocurrido a comienzos del siglo XVII con los moriscos fue bárbaro y brutal, sin duda alguna. ¿Lo fue menos la expulsión de los judíos de España en 1492? Llevaban tantos o acaso más siglos en la Península que aquellos y su desarraigo forzado, decidido por razones políticas y religiosas por los Reyes Católicos, acumuló todos los agravantes posibles: expropiación de sus bienes, maltratos, ser arrojados como perros sarnosos a un exilio incierto y, para muchos, mortal. ¿No merecen sus herederos un desagravio idéntico al de los moriscos? La lista de agraviados por el Estado español a lo largo de su vieja historia podría ser interminable. (Naturalmente, esto vale para todos los Estados, sin una sola excepción). La cuestión estriba en determinar de qué moriscos hablamos, de los que se quedaron, de los expulsados o de los que volvieron. Téngase en cuenta que en la época de promulgación del decreto existían en España alrededor de un millón y medio de musulmanes. La normativa afectó a unos quinientos mil pero entre los que escaparon de diversas formas, y los que regresaron de forma clandestina. Al final se calcula que se expulsaron trescientos mil. Por tanto acabaron integrándose más de un millón. De los que emigraron a Marruecos muchos fueron masacrados, vendidos como esclavos, expoliados de sus escasas pertenencias y violadas sus mujeres. Salé en las afueras de Rabat, se convirtió en una tierra de exilio, una tierra que recogió unos quince mil moriscos extremeños de Hornachos que mantenía su idioma, sus costumbres (beber vino), y sus credos. Tansformaron la ciudad recién fundada en un verdadero puerto corsario y comercial del Marruecos atlántico. En su libro, Manuel Pimentel, La conquista de Tombuctú: la gran aventura de Yuder Pachá y otros hispanos en el país de los negros, el autor contó la odisea de Yuder Pachá, morisco nacido en Cuevas de Almanzora en torno a 1565 y que, después de haber sido secuestrado por los turcos, conquistó la ciudad de Tombuctú en Mali al frente de los ejércitos del sultán marroquí Ahmed al-Mansur, en los que militaron numerosos expulsados anteriormente por almohades y almorávides. El pacharato de Tombuctú duró hasta el siglo XIX y nos legó una gran biblioteca andalusí que afortunadamente se está restaurando.
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