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Notas de un lector

Ser palabra, ser infinito

Severo Sarduy está considerado como uno de los más destacados autores cubanos del pasado siglo

Publicado: 03/10/2022 ·
11:10
· Actualizado: 03/10/2022 · 11:10
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Nacido en Camagüey en 1937, Severo Sarduy está considerado como uno de los más destacados autores cubanos del pasado siglo. En 1960 se afincó en París y, desde allí, pergeñó una abundosa obra que abarca el ensayo, la crítica, las piezas radiofónicas, la novela –“De donde son los cantantes” (1967) fue su narración más exitosa- y la poesía.En este genero, editó seis volúmenes, desde “Flamenco” (1970) hasta “Lusidez” (1988), pasando por “MoodIndigo” (1971), “Big Bang” (1974), “Daiquin” (1980) y “Un testigo fugaz y disfrazado” (1985, 1993)

Ahora, con buen criterio, Huerga& Fierro da a la luz “El silencio que no muere”, una amplia recopilación de poemas dispersos escritos entre 1953 y 1964. Enrico Mario Santí ha estado a cargo de la edición y de un lúcido prólogo revelador de claves significativas para comprender más y mejor la vida y el quehacer del escritor cubano.

Estos textos aquí recogidos develan sus inicios literarios, los cuales se vieron relegados por distintas razones a un incierto ostracismo: “…influencias no siempre positivas le aconsejaron desvalorar y relegar la obra anterior a su llegada a París, lo cual sugestionó su olvido muy a pesar de su perenne e indudable fervor por lo que era su lengua e identidad cultural”.


En su conjunto, estos poemas se aparecen como un mosaico donde crece la memoria de una tierra abandonada, donde se aduermen las lágrimas remotas de una juventud zaherida, donde se proyectan “todas las cosas que amo en este mundo:/ ser palabra, ser paz, ser infinito”.

Entre los espacios de la existencia y el tiempo de lo celestial, Severo Sarduy caminó por una senda cimbreante, alumbrado por soles y lunas que alumbraban u oscurecían su acontecer. Sombras e ilusiones, anhelos y desdichas, al cabo, que iban conformando un universo por el cual navegaban su alma, su idioma y su mirada.

Empeñado en salir de ese laberinto que despierta la distancia y marchita los girasoles del vivir, el poeta no escondía sus secretos sino que en su verbo deslizaba sabiamente su sentir: “Huir. La vida corre/ despacio circulando por afuera,/ es una planta sin verano,/ una palabra muerta (…) Huir para los besos blancos/ que corren en los labios;/ para la gota de los días/ en la cascada de los calendarios”.

El crítico y estudioso cubano Virgilio López Lemus destacó tiempo atrás la singular estructuración del discurso lírico de Sarduy, así como la peculiar literariedad textual de su verso. En verdad, es realmente llamativa, la manera en que su palabra ahonda en la transgresión de sus significantes, en la multiplicidad de un decir que comporta una expresiva originalidad, latente y sugeridora.

No cabe duda de que sus iniciales itinerarios líricos vinieron signados por una riqueza temática y una fertilidad semántica que fueron la semilla de una esencia madurada posteriormente y de cuya pujanza fue dejando muestras sensibles y brillantes.

En suma, un libro para reconocer los primeros y firmes pasos de un poeta pleno de seductora y pulcra sensualidad: “Tu voz me trajo un verso anaranjado/ una flor de cristal, un ave trémula,/ el ingenuo dolor de un lirio muerto/ y el nombre verde que llenó la espera”.

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