Eso lo aprendí en mi etapa universitaria. Había estallado la primera Guerra de Iraq y en la facultad organizamos grupos de seguimiento informativo y nos sumamos a la gran manifestación convocada en Sevilla contra la guerra. Antes de partir hasta la calle San Fernando, Carlos Colón optó por dedicar su clase de Teoría de la Comunicación a expresar las dimensiones del horror ligado a cualquier contienda bélica, a cualquier escenario de dolor para el ser humano. Sus reflexiones justificaron aún más nuestro compromiso y alentaron nuestros deseos de sumar nuestras voces de protesta a las del resto del mundo. Al acabar la marcha, un profesor de Publicidad se nos acercó para felicitarnos, pero también para compadecernos porque, por mucho que nos esforzásemos, no íbamos a tener la oportunidad de revivir lo que significó participar en primera persona del mayo del 68. Al profesor lo mandamos al mismísimo carajo, en francés y sin subtítulos, pero lo duro fue comprobar que tenía toda la razón. Todas las generaciones que han sucedido a la de aquel mayo del 68 han vivido estigmatizadas por querer protagonizar una revolución popular de la misma dimensión, por encontrar la excusa o el argumento que justificara su rebelión. Por eso, mi primera reacción a las concentraciones convocadas hace ahora una semana me llevaron a esa misma realidad inquebrantable, la de una nueva generación frustrada, aunque lo sucedido desde entonces obliga a replantearse la primera percepción.
Lo cierto es que hay puntos coincidentes entre el origen de las protestas del mayo francés y este mayo español: las del 68 surgieron al término de una década de prosperidad económica sin precedentes que había derivado en un grave deterioro económico y social, tal y como viene sucediendo en España desde hace unos tres años. Las del 68 estaban sustentadas en una época de acelerados cambios culturales, que en el caso nuestro son de tipo tecnológico, con las redes sociales como punta de lanza -aunque, en el cambio, salimos perdiendo nosotros-. Pero hay dos aspectos esencialmente discordantes: las protestas del mayo francés eran contra un gobierno concreto, las del mayo español, contra la clase política en general y el sistema financiero en particular; y detrás de las revueltas del 68 había un ideario intelectual y político del que, por ahora, carece el de los indignados españoles. Eso no coloca a los franceses de entonces en mejor posición que a los españoles de ahora, pero sí permite abarcar la dimensión de uno y otro movimiento, el de los soñadores frente al de los indignados. Creo que el matiz es importante.
El PP-A abre la caja de los truenos en Jerez
O Jorge Ramos lo tiene muy claro o lo que está claro es que aquí el fin justifica los medios. Ramos es de Algeciras y parlamentario andaluz del PP. Esta semana ha llevado a la Comisión de Empleo una denuncia por las ayudas para formación concedidas a determinadas empresas andaluzas que vincula directamente con cargos del PSOE. Entre las empresas a las que aludió está la jerezana Grupo Gálvez. Lo dicho, o lo tiene muy claro o la denuncia se la va a encontrar en su contra.
El Xerez no termina de creérselo
El Xerez va camino de repetir la misma historia del año pasado: sucumbir por no creer en sí mismo. El año pasado no se creyó que le podía ganar al Sevilla, no se creyó que le podía ganar al Valencia, ni al Rácing siquiera, y al final tampoco fue capaz de ganarle ni al Osasuna. Ahora, en el momento decisivo, regresan las dudas, mientras el míster reflexiona en voz alta sentando cátedra: “Si el Valladolid gana y nosotros perdemos, no habrá opción”. De cum laude.