No cabe la menor duda de que el cosmólogo Stephen Hawking es todo un ejemplo de la superviviencia del ser humano
No cabe la menor duda de que el cosmólogo Stephen Hawking es todo un ejemplo de la superviviencia del ser humano a través de la física dentro de ese englobe que llamamos tiempo, y que va hilando todos los aconteceres, manejando desde bien hasta el mal, y viceversa, engrosando la luz de cada amanecer diario que lo impulsa y lo agranda para una mayor luminaria de los que vivimos.
No hay quien te detenga tiempo, y tu sigues polivalente en tu encomendada labor de siglos, sin inmutarse, con los vivientes y con los muertos, forjando infinitos e inventando porvenires. Es ahí donde queremos llegar al citar al sabio británico, en estas fechas en las que cumple en sillas de rueda sus setenta y un aniversario, Hawking, abrió las puertas para descifrar el código del universo, al escribir el primer libro para legos “Una breve historia del tiempo”, hizo viajar a los lectores por los agujeros negros, así como el tiempo imaginaria, mientras descubría su búsqueda, tratando de llegar a concretar la teoría de todo lo que nos permita la mente de Dios. Este libro se demostró que fue uno de los libros más leídos. No obstante en ciertas encuestas se llegó a decir que “todo tenía mucho sentido mientras lo leía, pero se extinguía esa llama de credibilidad cuando se dejaba de leerlo”.
Hawking se nos muestra como un verdadera genio a la hora de presentarse a pecho descubierto, este cosmólogo, ceñido a su actitud humana de que le queda muy poco tiempo, se lanza a los espacios sin excusas y como ejemplo dice: “Nos hemos dado cuenta de la parada real y el imaginario, significa que, el espacio tiempo tiene una temperatura como descubrí para los agujeros negros”.
No todo el mundo se ha sentido deslumbrado por Hawkin, su exesposa, Jane, escribió unas memorias que recogían la desintegración de su relación bajo la presión de la fama y la minusvalía. Hawking la dejó y luego llegó a casarse con su enfermera, Elaine Mason.
Sea como fuere, Stephen Hawking se agarró a los tentáculos de la vida. Tras el conocimiento que le acompañó al diagnóstico de una esclerosis lateral amiotrófica, (la enfermedad de Lou Gehrig). Stephen vio la muerte, no obstante, tras ver como moría de leucemia un niño en una cama cercana a la suya en el hospital, decidió que no estaba tan mal todavía. Se casó, tuvo tres hijos y se aferró a los infinitos de la física.