Quizá, como hasta hace algunos días estábamos exentos del calor propio de estas fechas, era conveniente atizar algún suceso que aportara altas temperaturas a este devenir patrio, cosa muy propia aunque solo se hiciera por desviar la atención del verdadero problema del momento, que no hace falta ser capaz de descubrir el plutonio para saber que es la situación en que malvive la población carpetovetónica, por mucho que nuestros próceres se obstinen en tratar de convencernos de que la cosa mejora ¿Se atreverán a hablar de los brotes verdes de tan denostado recuerdo?
Al grano, nuestra querida y admirada Urta de Oro, Almudena Grandes, publicó en esa columna que comparte con rigurosa alternancia con Rosa Montero, de El País Semanal del 2 de Junio, un artículo en el que mostraba su decepción con el apoyo que recibía una serie de seudoescritores en la Feria del Libro de Madrid, en detrimento de la labor expresa en obras muy elaboradas, brillantes en muchos casos, de quienes realmente trabajan por la cultura. Quien haya leído el artículo habrá podido comprobar que se trata sobre todo de reivindicar el papel de escritores serios y rigurosos, con obras de alto nivel literario, que son el pan y la sal de esta tradicional Muestra madrileña. La referencia, por cierto mínima, se limita a una frase, sobre quienes ocupan de forma usurpatoria el protagonismo de sus auténticos meritorios, no es más que una llamada de atención para que el personal no se pierda en el montaje populachero que se ha orquestado en torno al famoseo que en estos días se dio en la Feria del Libro.
Es indudable que si a alguien más iba a dirigido era a esos editores que parecen haber encontrado en esta pléyade desafortunada de contadores de chismes, un filón para resarcirse del insuficiente beneficio que a sus ojos producen las plumas de siempre, aquellas que se preocupan de vivir de la poca cultura de verdad que demanda esta cada vez menos culta sociedad.
Pero, volviendo al origen, como el que se pica ajos come, no tardaron en aparecer algunos de quienes se sintieron aludidos y otras de su cuerda para tomar el rábano por las hojas y lanzarse a la cruzada en defensa del valor seguro de la caspa, la prensa rosa y la telebasura. La incombustible María Teresa Campos y la epidémica Mercedes Milà se encargaron de capitalizar la defensa de un status quo que sin lugar a dudas les beneficia.
Maria Teresa Campos, que acostumbra a reinar entre medianías de escaso nivel intelectual y vergonzante exhibicionismo de incultura, carentes en casi totalidad de un mínimo de educación, y Mercedes Milà, inductora de famas efímeras, productora incansable de candidatos al famoseo que terminarán engrosando la interminable lista de juguetes rotos, que fueron capaces de vender su intimidad y algo más, por unos minutos de gloria que son para ellos su huequecito en la televisión, se atreven a reivindicar como paladines de algo fuera de cualquier lógica, el valor cultural de los subproductos que se relacionan con gente como Jorge Javier Vázquez, Vicky Martín Berrocal, Risto Mejide, Maxim Huerta, Paz Padilla, alguna que otra vidente, y otros personajes de la misma índole, o ellas mismas, las citadas, Campos y Milà, como autores literarios. ¿Cómo establecer ningún tipo de comparación con celebridades culturales como Antonio Muñoz Molina, Ángeles Caso, Marcos Ana, Rosa Montero, Almudena Grandes, Luis Garcia Montero, Elvira Lindo, Manuel Vicens, Juan José Millás y un largo y merecido etcétera, sin mostrar una total carencia de responsabilidad?
¡Qué esperar de alguien que se presta a desvirtuar la terrible imagen del Gran Hermano de Orwell, ente que fagocita el deseo de libertad con la más cruel intransigencia, para convertirlo en el ojo de la cerradura en que millones de voyeurs disfrutan con las disputas que surgen en una fingida convivencia entre jóvenes, elegidos expresamente para acrecentar el morbo de cuanto televidente goza con tan patético espectáculo!
Pues si, esas dos señoras, comprensiblemente apoyadas por singulares voceros, como ABC y Libertad Digital, se autoproclaman arietes contra la opinión de una escritora (debería escribirse con mayúsculas) que solo se dirige a sus lectores, dándoles lo que esperan, una opinión que, por su tradicional sensatez y sus acostumbradas pinceladas de sensibilidad, se recibe con placer y expectación.
Por nuestra parte, alinearnos sin ningún rubor con quien queremos estar, con la cultura de verdad, y decirle desde aquí que nos gusta coincidir con su concepto de cultura.
Hasta aquí la cultura y la Cultura. Que cada cual se haga su propia opinión, la mía ya la conocen.
Me queda la palabra
Las Reinas de la Caspa versus Almudena Grandes
Esas dos señoras se autoproclaman arietes contra la opinión de una escritora que solo se dirige a sus lectores, dándoles lo que esperan, una opinión que, por su tradicional sensatez y sus acostumbradas pinceladas de sensibilidad, se recibe con placer y expectación.
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