Hoy, vascos y gallegos acuden a votar. La atención de toda España estará en los resultados que arrojen las urnas. En ambas comunidades está en juego el Gobierno. Así lo han entendido los líderes nacionales de PSOE y PP, cuyos esfuerzos, sobre todo en Galicia, han sido ímprobos, como lo han demostrado los últimos mítines de Zapatero y Rajoy. El primero, llegando a afirmar que votar a Touriño es votarle a él mismo; el segundo, Rajoy, buscando en Galicia la ratificación del Congreso de Valencia.
Hoy sabremos los resultados y de inmediato se iniciarán las cábalas. En el caso gallego, la lectura puede ser muy rápida. Si el PP obtiene la mayoría absoluta, sobre la marcha podremos afirmar que el cambio se ha producido. Si se queda a las puertas, igual. En Galicia no hay margen para las hipótesis. Si el PP no obtiene 38 escaños, mañana mismo por la noche tendremos la certeza de que el bipartito se reeditará y el PSOE podrá respirar tranquilo, más tranquilo que el PP. No hay que descartar que aún cuando Feijóo se quede a las puertas de la mayoría absoluta por un puñado de votos, sólo un puñado, salga alguien del PP dispuesto a reeditar el pre congreso de Valencia.
Si Touriño no es el presidente de la Xunta, supondría la primera derrota de la era Zapatero y no pasaría mucho tiempo sin que José Blanco dijera eso de “yo tenía razón”. Nunca le gustó al plenipotenciario vicesecretario del PSOE ni la fecha electoral, y ni siquiera el candidato. Por algo Blanco se ha afincado en Galicia durante estas semanas. Una eventual derrota del bipartito abriría, con seguridad, una reflexión en el PSOE, en donde más de uno cree que, poco a poco, habría que ir soltando amarras de la dependencia nacionalista para llegar al Gobierno. Esto ocurre en Galicia, en Cataluña y en Baleares.
Lo que decidan los vascos es otro cantar. Sabremos, eso sí, qué fuerza política ocupa el primer puesto del ranking. El dato es sustancial, pero no definitivo. Esta noche nadie estará en condiciones de afirmar con rotundidad qué gobierno va a gestionar la política vasca durante los próximos cuatro años. La estrategia de pactos, que necesariamente se tiene que realizar en el País Vasco, va constituir todo un ejercicio de ingeniería política. Euskadi siempre ha sido un auténtico laboratorio político. Allí se han producido ya casi todas las fórmulas imaginables y de todas los partidos políticos han sacado sus conclusiones.
De entrada, tanto Ibarretxe como Patxi López pretenden gobernar en solitario con apoyos externos. Pero esta pretensión tiene mucho de euforia propia de toda campaña. La realidad será otra y hasta que ésta se conforme tendrán que pasar días y días y hasta es muy probable que se agoten los plazos previstos para la investidura para que el sudoku vasco encuentre solución.
Lo que ocurra hoy será el punto final a unas campañas que han demostrado que Galicia ha sido mucho más permeable a los acontecimientos que en las páginas de los periódicos, que han quitado protagonismo a las pugnas electorales. En Galicia, se ha hablado de corrupción, de gastos fastuosos, de Garzón... Nada de esto ha ocurrido en el País Vasco, en donde la campaña ha tenido mucho de guante blanco con la circunstancia inédita y extraordinaria de que por primera vez no comparece fuerza alguna próxima a ETA. Ha sido una campaña más bien plana.
Las urnas dirán hasta qué punto tanto Galicia como el País Vasco claman por el cambio. Lo que sí se puede garantizar antes de conocer los resultados es que tanto vascos como gallegos nos van a dar material para muchas crónicas. Eso seguro.
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