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Truco o trato de trileros

Acabamos de sobrevivir, un año más, a la esperpéntica y vacía celebración de Halloween, que con cada nuevo primero de noviembre va certificando la defunción de una cultura ancestral...

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Acabamos de sobrevivir, un año más, a la esperpéntica y vacía celebración de Halloween, que con cada nuevo primero de noviembre va certificando la defunción de una cultura ancestral, que pretendía otorgar sentido a la existencia -y a su final, la muerte-, y la colonización imparable de una pseudocultura importada con la inestimable ayuda del marketing de consumo. Esta legión de noveleros avanza y se incrementa tanto que está logrando transformar lo suyo en normal, dejando en el terreno de lo anormal, de lo raro, a quienes no participamos de esa mamarrachada de calabazas y murciélagos de goma. Las conquistas otorgan confianza a los conquistadores, por eso los halloweeneros salen de sus lindes de fiestas en colegios, institutos, bares, discotecas y casas particulares para asaltar y llenar las calles de la ciudad de un ejército de zombis, brujas, dráculas, fantasmas y seres de ultratumba. Así, aunque no queramos, nos obligan a movernos en un decorado de película serie B.

Afortunadamente todo esto pasó, todo menos la pregunta mágica que cualquier buen halloweenero novelero debe saber de memoria y utilizar para molestar a diestro y siniestro con llamaditas al timbre de la puerta. Esa pregunta se ha quedado entre nosotros una semana más gracias a que una institución del Estado se ha apropiado de ella para disfrazarse de vampiro e hincarle los colmillos a nuestro sistema democrático, justo en la yugular de uno de sus poderes, extrayendo la poca sangre pura que aún nos hacía confiar en el poder judicial de este país. Un mordisco de la justicia en el propio pescuezo de la justicia, que la ha convertido en un ente espectral más allá de la confianza ciudadana.

Este particular Halloween jurídico ha sido protagonizado por la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, que se ha travestido de Drácula para ir a llamar a la puerta de uno de los casos de corrupción que más indignación está provocando en la sociedad y preguntar sin rubor ¿truco y trato? Ha utilizado la fórmula halloweenera, cambiando la disyuntiva “o” por la conjunción “y”, proponiendo así una pregunta trampa, acumulativa, donde la justicia quiere engañarse a sí misma por medio de un truco que ha sido fruto de un trato tácito que a nadie se le escapa que existe. Ante indicios evidentes y con actuaciones del fiscal en los últimos meses inexplicables, el resultado es una pantomima que pretende contentar a una ciudadanía indignada, evitar cualquier tipo de movimiento social y proteger uno de los pilares más resquebrajados del actual sistema democrático, la monarquía. Como toda chapuza, al final se descubre.  

En este truco y trato se ha aplicado una versión de la máxima lampedusiana del cambiarlo todo para que todo siga igual, siendo lo único que se ha cambiado aquello que hace menos creíble el paripé. La Audiencia Provincial ha querido mostrarse contundentemente justa con una imputada que no es una imputada más, sino hija y hermana de reyes e Infanta de España, y, como un trilero, ha escondido la bolita del delito por blanqueo de capitales para mostrarnos otras dos bolitas menores de fraude fiscal. Con un virtuosismo jurídico que causa estupor la ha imputado por dos delitos menores mientras que la desimputan por el más grave, aquel que podría poner en tela de juicio no solo su honradez, sino la de la Casa Real y otras instituciones del Estado. Los trileros y sus compinches han cerrado ese truco y trato para embobarnos, nos siguen viendo como cándidos ciudadanos aún en minoría de edad democrática, incapaces de dar un golpe encima de la mesa ante tan burdo juego de manos. Quizá no se hayan dado cuenta de que la ciudadanía ha aprendido a oler estos trucos a fuerza de mentiras, que ya ha perdido mucho cash de confianza en estos juegos y no está dispuesta a dejarse engañar más sin protestar al menos. Estos trileros con las uñas sucias están manchando el tapete sobre el que se juega nuestra justicia, dejándolo tan estropeado que nos provoca rechazo y náusea.

Flaco favor le hacen a la justicia estos trileros, este Drácula vestido de justicia que pide trucos y tratos para que la calabaza de la injusticia siga sonriendo perversa ante nuestras narices.

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