Érase una vez un periódico cualquiera de cualquier mañana que apareció con sus páginas en blanco. Ese blanco roto que no es como el de los velos de las novias, pero que sostiene tantas ilusiones como si lo fuera.
Érase una vez una emisora de radio cualquiera, de cualquier tarde o noche que, al encenderla desde casa emitiera los sonidos del silencio. No la canción de Simon y Garfunkel, ninguna canción. El vacío oscuro y ahogado del que ha perdido a un ser querido.
Érase una vez una televisión cualquiera, de cualquier momento, que al ponerla en el salón decidiera de pronto que no abre su ventana al mundo. Con cortinas de un negro tan intenso que no dejara ver ni siquiera la luz de una vela en la oscuridad.
Sobre el papel del periódico hay manos de personas que cuentan lo que ocurre a su alrededor.
Tras los altavoces de la radio hay gargantas de personas que cuentan lo que ocurre a su alrededor.
Cuando se enciende la pantalla del televisor se ven rostros de personas que cuentan lo que ocurre a su alrededor.
Nacieron con vocación de informar. Sobre la lluvia y sobre el temporal. A pesar de la lluvia y el temporal. Escriben las palabras de quien no tiene un teclado en el que apoyarse. Ponen las voces de quien no tiene quien le escuche. Dan la cara de los que no tienen un rostro que mostrar.
¿Y quién se ocupa de los periodistas? Mejor, ¿quién se preocupa de los periodistas?
Total para lo que hay que saber.
Pues haga usted la prueba, deje de leer ahora mismo, no ponga la radio en el coche y cuando llegue a casa, ya sabe, a comer sin la tele.
Gracias.
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