Los sistemas que estructuran y racionalizan las sociedades han puesto dificultades para la integración de los jóvenes, ven en ellos una amenaza, pues en el fondo lo que desean es que continúen intactos dichos sistemas. El método es apelar al papel que les corresponde en el futuro para expulsarlos del presente. Llevado el problema al campo político, el conflicto resulta evidente, los jóvenes en el poder son las bases del preludio de las reformas políticas.
Los voceros de turno no usan procedimientos rudos pero son diestros en argumentaciones que ellos consideran en los jóvenes absurdas - el sentido confuso de la realidad -, lo extraño del caso es que el manejo dialectico proviene de gentes que aparentemente se manifiestan de manera sensata, pero si utilizan un lenguaje cansino lleno de “sabor social”, ágilmente lanzado contra los “nuevos enemigos” que tratan de imponer la irrealidad, contrarrestan con “tediosa” ecuanimidad lo que presuntamente estos jóvenes piensan desbaratar, su presente se encuentra impelido en el pasado y no piensan en el futuro que todos desean.
Tales viejas doctrinas meritocráticas que ellos preconizan, síntoma de lo mal que van las cosas, nos han metido en una crisis que no es transitoria sino real y permanente para algunos. Los jóvenes intelectualmente preparados no han querido permanecer en la tranquilidad, su progresiva sensibilidad frente a las necesidades sociales han cobrado vida, han entendido que la excesiva preocupación por el presente es una amenaza para su futuro. Aquéllos que abogan porque los jóvenes revoltosos se aquieten, sólo piensan en sus viejos hábitos que carecerán del papel preponderante que hasta ahora habían tenido felizmente para ellos, temen no al poder, sino a la nueva sombra del poder donde ellos han encontrado siempre el cobijo. Esta sociedad estructuralmente compleja, benefactora de los diseñadores de la complejidad, ha decidido que es preciso restaurar la racionalidad dentro de otros modos de pensar y no puede prescindir de los jóvenes a pesar del esfuerzo de contención de los que se afanan diariamente en suposiciones alarmantes.
La respuesta de los jóvenes lejos de ser una causa de disturbio es más bien una reacción contra el desorden al que llamamos orden. Respuesta universal que revela la interconexión de un verdadero mundo global y la situación de un mundo socialmente fracasado. Son los vastos argumentos de una juventud que emerge con una fuerza política sin precedente; con esa fuerza que es esencia en ella y exige a los adultos que predispongan la más expedita atención a lo que está sucediendo.
La juventud nos está haciendo ver que el mundo, al que hasta ahora hemos llamado mundo, no lo es en manera alguna. El adulto ha de descubrir la cara amable de la juventud y no encarar con inquietud su legítima actitud política. El sistema actual no se puede parchear más, pues ya no es adecuado para aquello que estaba destinado, son necesarios nuevos fundamentos políticos que den respuestas a las demandas sociales. La indiferencia política hacia los jóvenes es un ataque a su racionalidad, estamos necesitados de su participación en los asuntos públicos, de no ser así, habremos desaprovechado la mejor parte de nuestra sociedad.