Esta expresión supongo que les será tan familiar como a mí, a fuerza de escucharla prácticamente desde que tengo uso de razón. Por si alguno no conoce a lo que se refiere, le aclaro que viene a plasmar dos formas de entender la política: la izquierda y la derecha, los rojos y los azules, etc…
La política siempre me gustó, y desde que soy consciente de ello, igualmente me ha costado verme encuadrado en alguno de los dos bandos que muchos tratan de resucitar y que otros han tratado de mantener en el tiempo. Supongo que mi optimismo natural me ha hecho ver cosas buenas en las propuestas, en las ideas, en las personas, sin necesidad de buscar detrás de ellas un origen que me llevara a unos ideales coincidentes o no con lo que estuvieran proponiendo.
Pues bien, mientras unos quieren hacer resurgir los bandos enfrentados y otros entran al trapo sin reflexión alguna, los datos (hechos objetivos aunque las conclusiones extraídas de ellos sean subjetivos), nos muestran verdaderamente las dos Españas que se van distanciando cada vez más en el tiempo: el norte y el sur.
El porcentaje de población en riesgo de pobreza nos pinta un mapa de la piel de toro en la que a medida que viajamos al sur, el rojo de peligro cubre el mapa sin soluciones reales. En Andalucía, en Extremadura, En Murcia, en Castila la Mancha…Llegamos a porcentajes vergonzantes que sin embargo no nos hacen replantearnos nada al respecto, con un norte (de Madrid hacia arriba) que va creciendo a una velocidad superior a la del sur (de Madrid hacia abajo) y que va creando la división real y que más debiera preocuparnos.
Esas dos Españas sí que son una muestra de desigualdad, y un ejemplo objetivo por encima de resquicios románticos de ideas que nos atrapan en debates inútiles. Algo falla, falló y seguirá fallando si nos empeñamos en anteponer el arraigo a la tierra y sus bondades por encima de la dignidad como personas libres y en igualdad.