Desde la reflexión
Según consta en el diccionario y en su acepción filosófica, ?reflexión? es ?un acto mediante el cual el yo se hace objeto de sí mismo?.
Según consta en el diccionario y en su acepción filosófica, “reflexión” es “un acto mediante el cual el yo se hace objeto de sí mismo”. Entiendo, quizás de manera errónea, que esto quiere decir que cuando reflexionamos lo hacemos a solas, sin más interlocutor que nuestro yo más profundo, y así nos adentramos, cada uno de nosotros, en ese espacio vedado a huéspedes ajenos a nuestro propio y misterioso “yo”.
No es cuestión de caer en trascendencias, pero en el hecho de votar podría haber algo de esto y podría, a su vez, ser una explicación a los gloriosos errores que no pocas veces se producen en las encuestas.
El rito de acercarse a la mesa electoral y depositar la papeleta en la urna es un acto íntimo, en la medida que nadie nos puede sustituir y, al final, el votar por una opción y rechazar todas las demás se debe a factores que van más allá del acierto o desacierto de una campaña, o de la buena o mala telegenia de los candidatos. Tan es así que las campañas mueven, según los expertos, en torno a un dos por ciento de los votos. O sea, mucho ruido para tan pocas nueces.
El ruido se ha acabado y la reflexión es posible hasta el último minuto. Lo importante es aprovecharlo y acudir a las urnas.
El hecho de que países avanzados y con enraizados hábitos democráticos se hayan mostrado perezosos, e incluso indiferentes, ni debe consolar y mucho menos considerarlos como ejemplo. ¿Por qué renunciar a algo que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros?
Nada peor que el descreimiento, que si bien puede estar justificado, nunca soluciona nada. Si los que hoy peinan canas, tanto en España como en Europa, se hubieran dejado llevar por el desánimo, por el escepticismo, por el descreimiento; si, en una palabra, se hubieran quedado en casa, ni Europa hubiera llegado a ser un proyecto sin alternativa y vaya usted a saber que hubiera sido de nuestro país. Hoy España, con crisis incluida, es un espacio de libertad, una democracia asentada. Un bello y maravilloso país que no se merece nuestra indiferencia.
Vayamos, pues, a votar. Vayamos aunque solo sea como reconocimiento a quienes nunca pudieron hacerlo, por agradecimiento a quienes lo han hecho en medio del riesgo. Vayamos para que no voten otros y nuestros hijos lo puedan hacer de por vida. La democracia, como a los pañuelos de seda, no se le puede tratar de cualquier manera y darle plantón; cuando la podemos fortalecer es un feo muy feo. Voten, por favor.
No es cuestión de caer en trascendencias, pero en el hecho de votar podría haber algo de esto y podría, a su vez, ser una explicación a los gloriosos errores que no pocas veces se producen en las encuestas.
El rito de acercarse a la mesa electoral y depositar la papeleta en la urna es un acto íntimo, en la medida que nadie nos puede sustituir y, al final, el votar por una opción y rechazar todas las demás se debe a factores que van más allá del acierto o desacierto de una campaña, o de la buena o mala telegenia de los candidatos. Tan es así que las campañas mueven, según los expertos, en torno a un dos por ciento de los votos. O sea, mucho ruido para tan pocas nueces.
El ruido se ha acabado y la reflexión es posible hasta el último minuto. Lo importante es aprovecharlo y acudir a las urnas.
El hecho de que países avanzados y con enraizados hábitos democráticos se hayan mostrado perezosos, e incluso indiferentes, ni debe consolar y mucho menos considerarlos como ejemplo. ¿Por qué renunciar a algo que nos pertenece a todos y cada uno de nosotros?
Nada peor que el descreimiento, que si bien puede estar justificado, nunca soluciona nada. Si los que hoy peinan canas, tanto en España como en Europa, se hubieran dejado llevar por el desánimo, por el escepticismo, por el descreimiento; si, en una palabra, se hubieran quedado en casa, ni Europa hubiera llegado a ser un proyecto sin alternativa y vaya usted a saber que hubiera sido de nuestro país. Hoy España, con crisis incluida, es un espacio de libertad, una democracia asentada. Un bello y maravilloso país que no se merece nuestra indiferencia.
Vayamos, pues, a votar. Vayamos aunque solo sea como reconocimiento a quienes nunca pudieron hacerlo, por agradecimiento a quienes lo han hecho en medio del riesgo. Vayamos para que no voten otros y nuestros hijos lo puedan hacer de por vida. La democracia, como a los pañuelos de seda, no se le puede tratar de cualquier manera y darle plantón; cuando la podemos fortalecer es un feo muy feo. Voten, por favor.
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