El pasado viernes 18 de noviembre se cumplieron cuarenta años de la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Las Cortes franquistas se hacían el “harakiri”; con esta descriptiva frase ha pasado a la Historia aquella operación.
Sobre las diez de la noche de aquel día, un hombre, Adolfo Suárez, se mordía el labio superior en señal inequívoca de descanso y suspiraba en su escaño. Esa imagen la hemos visto mil veces en televisión y resume lo que fue todo un proceso de resultados inciertos.
Es verdad que ahora estamos en otras cosas. En otras crisis; pero aunque la fecha ha pasado desapercibida por la gran mayoría, es justo y necesario recordarla y tenerla en cuenta.
Las Cortes franquistas, las del Movimiento, estaban compuestas por 497 procuradores repartidos en tres tercios: sindical, familiar y municipal. Sólo 59 votaron en contra y 13 se abstuvieron. Dos hombres: Torcuato Fernández-Miranda, como presidente de las Cortes, y Adolfo Suárez hilaron una red de contactos en los meses previos para que esa partida que nos jugábamos a una carta saliese bien. Antes, otro hombre del régimen, Carlos Arias-Navarro, había fracasado proponiendo una Ley parecida que a la corta era más sencilla pero que implicaba más votaciones, por lo que los esfuerzos se difuminaban y no lograrían convencer a la mayoría de los procuradores.
Mientras, los partidos políticos, que más o menos se empezaban a reorganizar, apostaban por la ruptura con las leyes franquistas, de ahí que pidiesen la abstención o directamente el voto en contra con la boca pequeña, en la aprobación en Referéndum que la Ley para la Reforma Política necesitaba de los españoles.
La amenaza del sector más reaccionario del Movimiento, conocido como “el bunker” y del Ejército, hicieron que se aceptase aquello de “de la ley a la ley”, frase pronunciada por el propio Fernández-Miranda.
Es conveniente, a veces, volver la mirada atrás y recordar algunos episodios que nos pueden ayudar.
Estos tiempos convulsos no lo son más que otros. Todos tienen componentes que parecen insalvables. Es mucho el ruido y poca la música que se escucha. Claro que también debe haber una buena orquesta y un público inteligente o al menos interesado en escucharla.
Cuarenta años después, posiblemente esas fechas están idealizadas. Evidentemente todo no lo hicieron bien. Se dejaron flecos y como los mismos protagonistas fueron reconociendo, no todo estaba milimetrado y hubo que hacer algún que otro remiendo. Lo que sí es cierto es que hemos llegado hasta aquí gracias a ellos.