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El pobrecito hablador

Hasta luego, Lucas

Ascienden a los cielos los que nos arrancan el aplauso con su arte

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Siempre se nos van los mejores, los más recordados y dichosos para los sentidos, y se queda aquí lo peor de cada casa, como un recordatorio divino de que el infierno está aquí, en la Tierra, un castigo del karma por nuestros malos actos.

Ascienden a los cielos los que nos arrancan el aplauso con su arte, mientras permanecen a nuestro alrededor los que son aclamados por una manada de pesebreros y estómagos agradecidos, todo por un sueldo o un faldón en el dominical, aunque suelten por su boca sandeces y trabalenguas sin sentido. Nunca la dignidad había sido tan barata.

Nos dejan los que nos hacían reír con su ingenio y aquí aguantan, como garrapatas, los que nos estrujan el corazón con sus malas acciones, sus peores palabras, sus insultos a la inteligencia y a la moral. Se van al paraíso los que lo dieron todo por los demás, y se quedan los que se lo llevaron todo a otros paraísos, aunque se llenen la boca de patriotismo de mercadillo. Siempre, los peores crímenes se han cometido en nombre de una bandera o un dios.

Nos abandonan a nuestra suerte los que tuvieron la lucidez de ver caminos donde los demás sólo veían páramos y desierto, y aquí quedamos acompañados de esas lumbreras que ven el peligro en el color de una camiseta, en una papeleta, en una urna, los que persiguen una frase, una pancarta, una opinión. Cuando la Historia nos pone en su momento más brillante, más oscuridad amenaza con cernirse sobre nosotros.

Los altares del Olimpo se llenan con aquellos que iluminaron la Historia con letras, notas, pinceladas y probetas, que no miraban a quien hacían reír, cantar, disfrutar, cual era su cuna o su nivel social. Mientras tanto, sufrimos la bajeza moral de aquellos que, desde sus posiciones de privilegio podrían hacer la vida más fácil, pero se dedican a proteger a los que tienen, como único oficio, amasar dinero, cueste lo que cueste, cueste a quien cueste.

Se nos fue Chiquito de la Calzada, como antes se fueron Paco de Lucía, Jerry Lewis, y tantos otros. Lo peor no es que se fueran, sino que aquí se quedaron los fistros pecadores de la pradera.

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