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Notas de un lector

Como el fugaz instante

A veces, hay libros que llegan para su lectura en la estación propicia. Y así me ha ocurrido con el nuevo poemario de Susana Benet , “Don de la noche”

Publicado: 20/11/2018 ·
11:23
· Actualizado: 20/11/2018 · 11:23
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Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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A veces, hay libros que llegan para su lectura en la estación propicia. Y así me ha ocurrido con el nuevo poemario de Susana Benet (1950), “Don de la noche” (Pre-Textos. Valencia, 2018). Ahora que noviembre va deshaciendo pausadamente la madeja de este año que se nos va, he abierto el volumen por un bello poema, “Elogio del otoño”: “Fluye suave la brisa/ y arrastra en su corriente la ligera/ presencia de la luz./ También mi cuerpo libre/ se desliza, sin peso, entre las cosas./ Y hasta mi voz,/ jubilosa, se vierte sobre el aire/ con un sonido de agua”.

Y envuelto, sí, en la llama de un verso escrito con sabia dicción, va fluyendo el cántico de la poetisa valenciana. En su conciencia se advierte un resplandor que reverbera los instantes del ayer y que no acepta el desorden que impone la consumación de los años. Con una mirada vigilante, ensoñadora, Susana Benet se afana en la duración de los instantes y hace inventario, a su vez, de los lugares que ya no son sino acordanza: “Cerrada está la casa./ Sólo polvo por todos los rincones,/sobre la larga mesa donde tantos/ festejos familiares/ celebramos, o donde el tenso/ silencio reposaba./ Todavía/ percibo en esa pátina las huellas/ de manos, la borrosa/ silueta de los rostros/ que poblaron de risas aquel aire./ Cuánto ha crecido en unos años/ este pesado poso,/ mortaja que recubre las ausencias,/ tan denso como el tedio,/ pero breve a la vez, tan vulnerable/ como el fugaz instante/ que duró aquella vida”.

Son varios los libros de haikus editados hasta la fecha por Susana Benet. En su última entrega, “Grillos y luna” (2018), anotaba: “Trinos de pájaro/ se mezclan con el vuelo/ de las campanas”. La participación de la Naturaleza en su proceso creador es también palpable en el volumen que me ocupa. En su anhelo por conocer y conocerse desde el lado más sensible y más humano, el yo lírico apela a la revelación que ofrece el ámbito de la escritura. Como afirmaba María Zambrano, “el proceso del conocimiento poético es el proceso mismo del poema que lo integra”. Y aquí y ahora, Susana Benet va descubriendo que tras el enigma que sustenta la existencia hay un mensaje que aguarda la ulterior realidad.

     En estos textos se aprecia cómo la mirada de la autora no es meramente contemplativa. Susana Benet se implica y se identifica con los territorios, con los objetos, hasta hacerlos palpables, corpóreos si cabe: “Qué hondo este silencio vegetal,/ esta muda presencia que palpita/ en torno a mí,/ estas distintas formas que conviven/ y quietas se entrelazan./ Un pequeño universo donde soy/ una mente que observa,/ un cuerpo extraño”.

Y sobre todo,a este caleidoscopio de luz y complicidad, se asoma la gramática del amor. Un amor sostenido sobre las bondades de las voces amigas, de los dones de la tierra, de la presentida rutina, de las vívidas remembranzas. Porque aquel reino de la niñez, sigue vigente, encendiendo las páginas del vivir. Si en sucitado “Grillos y lunas”, Susana Benet escribía: “Ojo del puente. /Al otro lado veo / correr mi infancia”, ahora, confiesa: “Todo lo que brilló/ en los días eternos de la infancia,/ alumbra todavía/ la niebla interminable de mis noche/, y me devuelve en sueños los paisajes/ vividos, olvidados”.

     Un poemario, en definitiva, signado por la unívoca transparencia del tiempo, por la serena claridad que otorga “el brillo de la luna”.

 

 

 

 

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