Por las Mesas de Santiago
En las Mesas de Santiago, elevada sobre una amplia meseta, se ubicó la aldea y torre medieval de Santiago de Fe, que fue escenario habitual de luchas entre moros y cristianos.
Bartolomé Gutiérrez recuerda en su Historia de Xerez como durante el reinado de Fernando III el Santo, el Apóstol Santiago, acompañado de “caballeros ángeles” acudieron en auxilio de las tropas cristianas cuando se batían en estos parajes con “la crecida multitud de la morisma”, a las que vencieron en desigual batalla gracias a la ayuda del cielo. Como testimonio señala que “…juraron muchos hombres de autoridad haber visto al Sto. Apóstol en un caballo blanco, en forma de un caballero con una seña blanca y una cruz roja en una mano, y en la otra una espada: y que andaban con él muchos caballeros de blanco y en el aire Ángeles; y lo mismo testificaron algunos moros”. El mismo autor nos indica que este milagro estuvo pintado hasta principios del siglo XVII en la fachada de la muralla de la Puerta de Santiago, hasta que se fue borrando con el tiempo.
Frecuentes ‘apariciones’ de santiago
Esté rincón de la campiña debía ser uno de los favoritos del Patrón de España para sus milagrosas apariciones ya que nuevamente, décadas después, acudió en auxilio de un noble caballero de la ciudad. Gonzalo de Padilla cuenta en su Historia de Xerez de la Frontera (Siglos XIII-XVI) las andanzas por estas tierras de Fernán Alonso de Mendoza, “pariente del señor rey Alfonso el Savio y su vasallo… que aviendo tenido noticia este caballero como en cierto sitio estaban cinco moros nobles y fuertes acogidos en una torre y aldea de donde salían a cavallo a hacer muchas hostilidades a los christianos que caminaban a Sevilla y otras partes, salió este dicho caballero Fernant Alfonso acompañado de otro tal cavallero a buscar estos cinco moros que lo habían llamado y desafiado”.
Al parecer, su acompañante, ante lo dificultoso y arriesgado de la empresa trató de persuadirlo y se volvió a Jerez dejando solo a nuestro personaje que en su empeño de acabar con los infieles, se dirigió en su busca. “… Y llegando al sitio le salieron los dichos cinco moros amados y los recibió manejando su lanza adarga y cavallo con tal desembarazo y fortuna que de los primeros reencuentros mato los tres de ellos y a poco espacio venció los dos cayendo muertos de sus cavallos, y hallándose solo y confuso dando gracias a Dios se le apareció un caballero con armas no conocidas y una cruz roja en la mano y le dixo el daría fee de la batalla y desapareció trayéndose los cavallos y despojos ante el Rey que a la sazón estaba en la ciudad, y le dixo solo daría fee de la batalla el señor Santiago que le había ayudado y visto, por cuya razón le pusso por renombre a aquel sitio la aldea de Santiago de Fee”.
Cuentan las crónicas que para conmemorar y premiar esta hazaña, el Rey don Alfonso hace entrega a Fernán Alonso de un privilegio en el que le hace donación de la aldea y le pide que levante una ermita dedicada al Apóstol Santiago “…en la aldea de Fee con su titulo en sembransa e memoria de de vos vencimiento e victoria Dios vos quiso conceder para vos, e vos doy la torre que en ella está e que en ella pongades vosa divisa de armas… e también vos doy treinta yugadas de tierra bagada en rodo della, lo qua vos doy para que mejor podades estar con casa poblada, con mujer e fijos e con la otra compaña que obiere…”.
Este documento, de 1270, es probablemente falso, según algunos autores. De lo que si hay constancia es de la existencia en estos parajes de una ermita, al menos desde 1392.
Si bien la primitiva aldea, con su torre y ermita, desapareció con el tiempo, Las Mesas de Santiago siguieron figurando como un núcleo rural con casas y cortijos. El lugar fue también desde antiguo un cruce de caminos donde se encontraban, entre otros, el que desde Jerez se dirigía a Bornos y a la Sierra (pasando antes por la Torre de Melgarejo) y el conocido como Cañada de Vicos o de Las Mesas que procedente de las tierras de Medina, cruzaba el Guadalete por La Cartuja, para pasar después por Lomopardo, Cuartillos, Vicos y Jédula y seguir luego, desde aquí, hacia la Sierra de Gibalbín.
No es de extrañar que en Las Mesas, punto donde se cruzaban distintas vías pecuarias, se estableciese un descansadero para el ganado aprovechando también los diferentes pozos que en este lugar se encontraban, alimentados por las aguas que se retienen en el subsuelo constituido aquí por estratos arenosos, ricos en calizas conchíferas, depositados durante el Plioceno. Aún en la actualidad, puede verse alguno de estos viejos pozos, heredero de aquellos medievales, que sería necesario restaurar antes de su pérdida definitiva.
Zona de notables cortijos
En esta zona de la campiña aún perviven hoy varios cortijos, entre los que destaca el de Las Mesas de Santiago, junto al cruce de caminos, cuyo caserío se emplaza, posiblemente, en el mismo paraje en el que se ubicó la aldea medieval. El topónimo de La Mesas ya figura en el amojonamiento del término de Jerez de 1274. De la misma manera, hay constancia documental de la existencia de una explotación agropecuaria en este lugar al menos desde comienzos del siglo XVI, cuando fue adquirido a sus propietarios, junto con las tierras circundantes, por el Monasterio de San Jerónimo de Bornos. En torno al viejo cortijo existían también diferentes construcciones diseminadas, algunas de las cuales aún se conservan, que debieron configurar un núcleo rural de considerable importancia a juzgar por los datos de población del nomenclátor estadístico de 1857, que asigna a Las Mesas de Santiago 247 habitantes figurando a la cabeza de los núcleos agrarios dispersos del término de Jerez. Progresivamente iría perdiendo población a favor de otros cercanos como Torre de Melgarejo, Gibalbín, -cuya Sierra sirve de telón de fondo al norte- y Jédula, visible al sur con las siluetas de la antigua azucarera.
Los edificios que hoy vemos en el cortijo son una muestra de la arquitectura popular del siglo XIX, de gran simplicidad y, a diferencia de la mayoría de los repartidos por la campiña, son de una sola planta. En la fachada principal, donde se encuentran las viviendas, se observan dos puertas que dan acceso a sendos patios independientes.
La primera, con unos curiosos remates, está techada por un tejadillo y coronada por una sencilla y antigua veleta. La segunda está presidida por un azulejo devocional en el que se muestra una escena con San Isidro Labrador orando mientras unos ángeles labran la tierra. Junto a la primera entrada, que debió ser la principal, puede observarse también una garita con funciones defensivas y de control, similar a las que hemos visto en otros cortijos del siglo XIX (Faín, San Andrés, el cercano de El Rizo…) y que aquí cobraría más sentido al tratarse de un paraje apartado, en un cruce de caminos, donde solían hacer un alto las diligencias y coches de caballos que cubrían el camino entre la Bahía, Jerez y las poblaciones de la Sierra de Cádiz.
En el relato de frasquita larrea
De este cortijo nos habla Frasquita Larrea, la escritora gaditana madre de Fernán Caballero, quién en su Diario relata como en un viaje que realiza en 1824 desde El Puerto a Bornos, descansa en el Cortijo de Las Mesas, alabando también el buen estado del camino ente Jerez y este lugar.
Junto a las casas principales del cortijo destaca el edificio del granero, con cubierta a dos aguas, algo más alto que los demás. En naves separadas, y más alejadas del camino, se encuentran la casa de máquinas y el almacén. Las gañanías se ubicaban en una nave alargada, que llama la atención en la parte trasera del cortijo, por la gran longitud de su planta. Volveremos por la tierra de Las Mesas en cuyas soledades, aún se presienten las antiguas refriegas de moros y cristianos y las huestes angelicales de Santiago.
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