La Bienal de Flamenco de Sevilla es uno de los grandes acontecimientos del ámbito cultural jondo en el mundo. Cientos de aficionados de rincones insospechados acuden a la ciudad de la Giralda para disfrutar de sus múltiples espectáculos durante el casi mes de duración de la muestra. Dio comienzo el 11 de septiembre con el pregón ofrecido por Sara Baras, y, desde entonces, entre dos y tres espectáculos diarios se han venido celebrando en los distintos escenarios elegidos para la edición.
Como en cualquier evento de esta índole, las críticas suelen llegar incluso antes del comienzo del mismo, pues se cuestiona la línea a seguir de la dirección, que por cierto este año la asume un joven (vaya por delante que aún no se ha dicho) Luis Ybarra, de si la programación es más o menos variada, de calidad, de si faltan unos y sobran otros… es normal que se cree debate sobre algo que no pasa inadvertido. Opiniones hay tantas como personas, incluso hay personas que tienen dos o tres, dependiendo del día o la hora, por tanto hay que relativizar e intentar disfrutar de lo que se pueda.
En mi caso, no estoy asistiendo a la totalidad de actividades, ni mucho menos, para eso están los compañeros de Sevilla que están mostrando una profesionalidad exquisita y se están dando la paliza para poder contarlo en sus distintos medios de comunicación. Sí que me gusta asistir a todos los que puedo, pues mi lugar de trabajo diario está en Jerez y no tengo la oportunidad de trasladarme a la capital andaluza todo este tiempo. Pero voy y vengo para tener el pulso vivo y saber qué está pasando allí.
De ahí que exprese esta valoración somera sobre los ratitos que he vivido que sí se convierten en únicos. Esta última palabra esa una de las más sonadas en esta edición y hay que reconocer que se han vivido momentos, y seguro se vivirán, que quedarán para la memoria de todos, sobre todo los que por edad no disfrutamos de aquellas Bienales en las que esos “pellizcazos” aparecían con tanta frecuencia. Ahora, quizás por eso, se valoren más.
Acceder al Patio de la Montería del Alcázar de Sevilla para presenciar un espectáculo, con la Giralda a nuestras espaldas, ya es de por sí una gran experiencia. Sentarse junto al Guadalquivir en la acera de la calle Betis, con la Torre del Oro de fondo, ya vale una entrada. Ese Teatro de la Maestranza, con la categoría de una capital europea, regala sensaciones de grandeza. Y por supuesto, lo que el artista ofrece. Cabe reconocer la importancia de que la crítica, los compañeros que están llevando a cabo esa encomiable labor, analice y desmenuce cada puesta en escena para que el lector entienda qué ha ocurrido, pero de antemano se sobrentiende la calidad de la mayoría de propuestas que la Bienal acoge. Aquí se exige, por algo es La Bienal.
Estoy muy de acuerdo con los colegas en que cada vez se nota más presencia de la figura del regidor y director escénico. Sobre todo al contrario, o sea, cuando es inexistente. No caben silencios prolongados, ni subidas y bajadas constantes de los técnicos, ni momentos sonoros sin ligazón, ni cambios de megafonía sin razón… Sobre todo porque se alarga la propuesta y se aleja al público de la emoción. De igual forma, entiendo oportuno que las sillas siempre vayan numeradas para evitar que se formen colas o que haya que irse una hora antes para coger buen sitio, teniendo en cuenta que algunos espectáculos casi se pisan en hora con el siguiente. Todo hay que decirlo y se agradece que la prensa tengamos nuestras sillas reservadas.
Dicho esto, que no es para tanto, reconozco haberme traído para Jerez sentimientos vivos, emotivos, con una sonrisa. En la gala inaugural vibré con las guitarras de Tomatito o Diego del Morao, o del cuerpo en movimiento del príncipe Farruquito, mientras Pepe de Lucía asistía desde las primeras filas al homenaje en recuerdo de su hermano Paco de quienes lo admiraron siempre. Otra vez salió el duende con Miguel Poveda y las “tatas de Santiago de Jerez”, con una fiesta por bulerías de arte y natural como el agua de las nubes, y Diego del Morao soportando el compás de la historia de su tierra entre sus manos. Y Manuel Monje, que se descubrió como un gran actor. Aurora Vargas cantándole a Sevilla con la garganta llena de campanas, con el baile de Pastora Galván, rozando con sus muñecas la torre más alta, mientras Antonio Reyes sonreía y participaba. Inés Bacán, con su metal de paz y mirada de niña, y Macanita, el metal caro y preciado del cante de Jerez, con el susurro de los dedos en el piano de Pedro Ricardo Miño, en un cierre por tonás. Y las palmas, que dos palmeros buenos hacen del resultado una obra mayor, como Cantarote y Juan Diego Valencia hicieron en De pozo y luna. Me marcó también el espectáculo de los clásicos en Por los siglos del cante, porque solamente al tenerlos en frente ya es un regalo, y que luego no nos congratulemos de solo recordarlos, también de haberlos vivido. Juanito Villar, Nano de Jerez, Calixto Sánchez, Marcelo Sousa y José de la Tomasa, faltando Romerito que causó baja. Aplauso para ellos y para la dirección del festival.
No me quise perder el Territorio Jerez, con Manuel Valencia como capitán del barco (se comprobó que había buena dirección) en el que se montaron Ezequiel Benítez, en el mejor momento de su carrera, David Carpio, hecho como un maestro de La Plazuela, Manuel Monje, al que parece no costarle nada triunfar con esos poquitos años, y Juana la del Pipa, siempre venerada por su estampa de sultana. Antonio Higuero volvió a derrochar jerezanía en sus seis cuerdas, que suenan como las mejores.
Y si de momento único se trata: Salmarina, María de la Colina, Pedro el Granaíno y Arcángel, abrazados en el escenario del Alcázar para cantar por sevillanas. Salmarina y María de la Colina nos llevaron a la flamencura, mientras nuestra mente paseaba por Doñana para buscar a la Virgen del Rocío, por las calles de Sevilla llenas de macetas, por la Triana alfarera… qué alegría.
En conclusión, sigamos disfrutando de lo bueno, de lo mejor que nos ofrece el flamenco en Sevilla en estos días con las máximas figuras del arte jondo, paseando por un entorno mágico y dejándonos llevar por las sensaciones que ofrecen las figuras de esta Cultura.