Aunque se asocia a edades avanzadas y es más frecuente a partir de los 65, la incidencia del ictus ha aumentado un 25 % en personas de entre 20 y 64 años, y eso que entre un 80 y un 90 por ciento se podría prevenir si se siguieran estilos de vida saludables.
Con motivo del Día Mundial del Ictus que se conmemora cada 29 de octubre, el Ministerio de Sanidad y sociedades científicas han querido poner el foco en la importancia de la prevención de una enfermedad que afecta a 120.000 personas cada año en España, de las que 25.000 fallecen.
Sanidad ha actualizado la Estrategia en Ictus del Sistema Nacional de Salud (SNS) para mejorar la atención integral desde la prevención hasta la rehabilitación, con seis ejes prioritarios, el primero, la promoción de la salud y prevención primaria, centrada en fomentar estilos de vida saludables, con los que se podrían evitar entre un 80 % y un 90 % de los casos.
También se marca como prioridades la prevención secundaria, dirigida a evitar la recurrencia; la fase hiperaguda, para una organización asistencial, diagnóstico y tratamiento rápido y eficaz; las unidades de ictus, especializadas para mejorar la recuperación y reducir la mortalidad; la neurorrehabilitación después del accidente, con apoyo integral en la recuperación funcional y calidad de vida; y la investigación y formación.
El objetivo clave de esta estrategia es que para 2030, en consonancia con el Plan Europeo de Acción, se reduzcan los casos un 10 % en Europa, se trate al 90 % de los pacientes en Unidades de Ictus y se garantice una continuidad en la atención que permita desde la prevención hasta el soporte en la vida posterior.
Aunque tradicionalmente se asocia a edades avanzadas, puede ocurrir en cualquier momento. De hecho, se ha observado un incremento del 25 % en su incidencia en personas de entre 20 y 64 años.
Resulta de vital importancia reconocer los síntomas para activar el Código Ictus de respuesta rápida; los más habituales son la aparición brusca de dolor de cabeza, afectación de la visión, de problemas para hablar y entender, la pérdida repentina del equilibrio y de la sensibilidad, de fuerza o debilidad en el brazo, pierna o en la cara.
Sin embargo, la Sociedad Española de Neurología (SEN) estima que solo un 50% de la población española sabe reconocer los síntomas de una enfermedad que afectará a una de cada seis personas en el mundo y que supone la segunda causa de muerte más común después de la cardiopatía isquémica y la tercera de discapacidad (en Europa es la primera).
En España, más del 30% de los supervivientes está actualmente en un situación de dependencia; esta sociedad científica calcula que en los últimos 30 años, han aumentado un 70 % el número de casos, un 44 % el de las muertes y un 32 % más de discapacidad.
La mitad sufre secuelas, un tercio de ellas de carácter grave; las principales son la pérdida de función motora, que afecta al 50-85 % de los pacientes, los trastornos del habla, las disfunciones cognitivas, la espasticidad y la debilidad muscular, indica la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física (Sermef).
Además, entre el 30-50 % presentarán también depresión, con lo que esta enfermedad se erige en el trastorno afectivo más frecuente tras un ictus, afectando significativamente a la rehabilitación posterior, la calidad de vida, mortalidad y discapacidad, apunta la compañía Lundbeck.
Por último, la Sociedad Española de Arteriosclerosis (SEA), por su parte, destaca la necesidad de reforzar el tratamiento y seguimiento de los pacientes, ya que la mayoría no alcanza el control de los factores de riesgo vascular, y en particular, los objetivos recomendados de colesterol LDL (cLDL).