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“Lo importante es preservar el cante puro”

Miguel Durán Jurado, o sea, Miguel "Cambayá", nació en el cuarenta y uno, en la Plazoleta de las Aguas. Su padre era tabernero en "El Alambique", y vendía unos vermuts que mantenían a los clientes pegados a la barra.

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  • Miguel Durán 'Cambayá'. -

"Cambayá"  era tan buen cantaor que una vez se atrevió a cantar por bulerías en el mismísimo Jerez, que es el sitio del mundo donde mejor se canta y se baila por ese palo. Su hijo Miguel, a quien entrevistamos hoy, creció oyendo los cantes de Zapata, Abajao, de su propio padre, claro, y durante un tiempo parece que iba a convertirse él mismo en cantaor, pero luego lo dejó. Dejó de cantar, se entiende, para convertirse en un gran erudito aunque a él no le gusta que se lo digan, en uno de nuestros mejores entendidos en este mundo de alegrías y penas que es el flamenco. La entrevista transcurre en los estudios de "Radio Arcos", entre cante y cante. En abierto le dice a su audiencia que ahí llevan unos cantes de Pericón de Cádiz, y a micrófono cerrado nos cuenta cosas de su vida. Y del flamenco, que forma parte de su vida.

—Cuéntenos cosas de "El Alambique"
—Yo nací en la Plazoleta de las Aguas, en 1941, a dos pasos de "El Alambique". Allí escuché cantar a Zapata, al Abajao, a Pinto, a mi padre. Pero también a Fernando Terremoto, de Jerez, y a otros muchos. En "El Alambique" había muy buenas reuniones, de cantaores y de entendidos: Por allí pasaban el Conde de Lebrija, los hermanos de las Cuevas, Antonio Murciano. Allí sonaban las guitarras de Carito, o de Miguel Montes. Yo empecé a cantar algo, e incluso mi padre decía que yo podía ser un buen cantaor, pero luego me metí a trabajar y se me pasó. Con once años me fui a trabajar con Apresa, que era un talabartero. Ya con dieciocho años empecé a trabajar en la construcción.


—Aquí hace una pausa porque tiene que poner un nuevo disco: "Escuchen ahora unas peteneras del "Ruiseñor de Paterna". Cierra el micrófono y seguimos: Usted es una de las almas de la Peña Flamenca de Arcos...
—Hombre, nosotros la fundamos en mil novecientos setenta y seis. Al principio estábamos al lado del río. Allí trabajábamos en  todo: de albañiles, pegando carteles, lo que fuera. Hay muchos nombres imborrables en la historia de la Peña: Yesa, Corteza, José de la Viuda… Luego nos fuimos a la Plaza de la Caridad, que es donde estamos ahora.


—Ahora nos enseña un cartel de un festival flamenco que organizó en homenaje a Isidro Sanlúcar, y a beneficio de los "disminuidos psíquicos". ¿Usted no ha parado nunca de comprometerse con el flamenco y con la gente más necesitada?
—Sí. Aquello lo organicé yo, no recuerdo ahora el año. Lo hicimos en el cine "Imperial Cinema".

—-¿El cante es pena y alegría, mare, amor, muerte, o puede ser también protesta contra la injusticia?
—El cante es personal antes que nada. La seguiriya, la soleá, canta a la muerte, al amor abandonado, a la pena. La bulería es más alegre. Ha habido cantaores, como El Cabrero, que en sus fandangos ha hecho mucha crítica social. Yo tengo una anécdota de los primeros años de la Transición: vino a la Peña no recuerdo si fue Meneses o Curro Malena, que eran cantaores dados a la denuncia política. Cuando salí vi que había Guardias Civiles que estaban apostados por si tenían que intervenir. Pero el cante es, ante todo, privado. Es un hombre o una mujer que cantan lo que han perdido, o lo que más les duele.


—Usted, y ya sabemos que no le gusta que se lo digan, es un gran entendido en flamenco. ¿Qué nos dice de la vieja disputa entre payos y gitanos sobre el cante?
—Yo sí que soy un gran lector de libros de flamenco. Tengo colecciones de libros que no me va a dar tiempo a leer. El cante flamenco se crea y se cría aquí. Es verdad que los gitanos le han dado su interpretación, pero ha habido y hay grandes cantaores que no son gitanos, como ha habido y hay gitanos que son grandes cantaores. Lo importante es preservar el cante puro.


—Hablando de cante puro. ¿Qué le parecen las mezclas que ahora se hacen?
—Mientras se preserve la pureza adelante. A mi lo que me preocupa es que hay pocos jóvenes que amen el flamenco. Eso se nota en la velada de las Nieves. Son muy pocos los que acuden.


—Tenemos que parar de nuevo porque ahora anuncia a la audiencia de Radio Arcos que va a sonar de nuevo el Ruiseñor de Paterna, esta vez por milongas. Esperamos que haga las presentaciones y volvemos a las preguntas: ¿Qué diferencia hay entre los cantaores viejos y los de ahora?
—Ten en cuenta que mi padre, o Caro, el guitarrista, tenían que aprender de oído. Esta gente de ahora tiene aparatos a su disposición para escuchar una y otra vez, para estudiar, para aprender. Antes era muy difícil aprender.


—De vez en cuando, en la programación de los cines se hacía un paréntesis en las películas porque venían cantaores. ¿Habrá visto usted en Arcos muchos cantaores?
—Claro. Por aquí han pasado La Niña de la Puebla, que creo que la vi en el Olivares Veas, Pinto, Canalejas, Rafael Farina, Camarón, Lola Flores, yo qué sé. Mucha gente.


—Hijo, hermano, padre, abuelo de cantaores. Eso se lleva en la sangre, ¿no?
—Ahí tengo a mis nietas, que con lo chicas que son ya discuten de cante, y de los pasos de las sevillanas.


—Vamos al Festival flamenco que en su honor se celebra hoy, seis de septiembre. ¿Cómo lo recibe?
—Con mucho agradecimiento. Van a estar todos y yo estoy muy agradecido.

—Cuando voy a decirle que el agradecimiento es el de todo el mundo flamenco por su labor desinteresada de tantos años, tiene que poner un nuevo disco, unas seguiriyas de un cantaor cuyo nombre no logramos retener. Y lo dejamos allí, con su cante, con su vida, con su erudición callada. Entre cante y cante ha estado sonando una cuña radiofónica que dice que el viernes seis de septiembre se le hace un homenaje flamenco a un hombre muy importante y muy modesto: Miguel Durán Jurado, o sea, Miguel "Cambayá".

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