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Las campanas

"Los que estamos convencidos de que las campanas las toca Dios –por mano de los campaneros, pero las toca Dios-, no vemos con buenos ojos que entre Dios y nosotros se coloquen la electrónica, los ordenadores y esos artefactos fríos y modernos”

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Pueden ustedes llamarme antiguo, pero me ha sentado como un tiro la noticia de que una empresa jiennense anda estos días por Arcos automatizando las campanas de Santa María, para que suenen en virtud de un mecanismo electrónico.  Llámenme antiguo, pero donde van las manos expertas de una campanera doblando a muerto, o replicando la alegría del Ángelus, que se quiten todos esos artefactos que sí, serán exactos e infalibles, nos darán la hora puntualmente, pero no tienen ni el alma ni la sonoridad de un campanero humano.


Sé que el Obispado anda a la greña con la actual campanera y moradora de la torre, y aunque ni quito ni pongo rey, me parece que las campanas, a partir de su automatización, no van a sonar igual en nuestros corazones, porque las campanas no suenan en los oídos de los parroquianos, sino en el corazón. Es más: nuestros viejos, vivían su vida acordados con las campanas de la iglesia, midiendo su tiempo, sus dolores y sus regocijos, con los toques, los tañidos y los arrebatos campaniles.
Los que estamos convencidos de que las campanas las toca Dios –por mano de los campaneros, pero las toca Dios-, no vemos con buenos ojos que entre Dios y nosotros se coloquen la electrónica, los ordenadores y esos artefactos fríos y modernos. Yo he vivido a los pies de Santa María y he podido apreciar las sonoras y majestuosas campanadas doblando a muerto, o las cristalinas volteretas de los días de Fiesta, del día de la Patrona. Bajo esas campanas había un ser humano, luego estaba Dios. Ahora, cada vez que nos llamen a misa sabremos que nos llama un ordenador, que la tecnología le ha quitado las veces a Dios, como decían antes de los suicidas.


Las ciencias, como dice una vieja copla, adelantan que es una barbaridad. Ya tenemos relaciones on line de todo tipo. A través del ordenador nos comunicamos con todo el mundo, hacemos compras, transacciones, negocios… Dentro de algunos lustros puede que lo raro sea que dos personas se den la mano en persona, o que conversen sentados en una mesa. Pero si yo estoy por aquí lo que más echaré de menos serán los limpios y sonoros golpes de campana golpeando el corazón del tiempo. Y por supuesto tocados por Dios, o por sus ángeles campaneros, no por un chisme lleno de cables y memorias.
 

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