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El Cristo

Artículo de Pedro Sevilla

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  • Vicente nos dejó hace unas semanas. -

UN ARTÍCULO DE PEDRO SEVILLA

Murió hace unos días. Solo. Quizás lo último  que vio en esta tierra fueran los ojos de su perro, fiel hasta su último suspiro. Ni siquiera sé su nombre. Si sé que apestaba a la legua y que recogía alguna propina en los aledaños de un supermercado arcense con nombre de mujer. Hubo un poeta que tenía mariposas en las barbas y este paisano nuestro tenía piojos en las suyas, y gastaba unas prendas excesivas, condecoradas con lamparones y mugre de decenios. Era un enfermo mental, claro, y como todos los mendigos tenía unos ojos limpios, inocentes, conmovedores. Pero apestar apestaba, y daba asco. ¿A que no nos daban ganas de meterlo en nuestra propia casa, de asearlo en nuestra ducha, de ponerlo a la mesa junto a nuestras nietas, de procurarle asistencia médica para su piel castigada o su mente trastornada? Pues precisamente eso es lo que teníamos que haber hecho si fuésemos cristianos de verdad, si llevásemos hasta sus últimas consecuencias las enseñanzas y el ejemplo de aquel judío greñudo que cambió el mundo. Quieto ahí todo el mundo; no me insulten todavía.

Esto no es un juicio a mis paisanos, entre otras cosas porque sería un juicio a mí mismo. No culpo a nadie de haber eludido su responsabilidad cristiana de dar de comer al hambriento, de ungir con perfume la cabeza del mendigo. Todos tenemos nuestros condicionantes y aunque a veces el corazón nos pida acciones altruistas sabemos que son imposibles de hacer. Nuestro mendigo murió, con su perro a los pies, y donde está ahora ya no necesita ni ungüentos ni camisetas limpias.

Está en las manos del Padre. En el otro extremo –y dirán ustedes que qué tiene que ver una cosa con otra-, y en los días previos a esta Semana Santa, un cofrade se quejaba amargamente porque no le gustaba en absoluto la forma de vestir al Cristo de su parroquia. Qué disgusto más grande tenía el pobre. Para él no había consuelo ni regalándole un Cd con las mejores marchas procesionales de la Historia. Tampoco, ojo, lo enjuicio. Porque también tiene su valor el apego a unas imágenes, a unos símbolos.

El hombre es un animal simbólico, dijo un filósofo, y es bueno ver a Dios en el rostro en madera de un Crucificado. Pero eso siempre que no perdamos la perspectiva, siempre que sepamos que el verdadero Cristo no es el que está en San Agustín con la túnica morá, sino el mugriento y apestoso paisano que se nos ha ido en silencio, sin noticia en la prensa ni maceros municipales en la conducción de su cadáver. Amo la Semana Santa, y viejo como soy me echo a llorar cuando Jesús entra por el Arco Matrera y pone en pie a todo el Barrio Bajo. Pero ahí no está Dios; está su símbolo, sagrado también, respetable también. La verdad es que nos pasamos la vida quejándonos del silencio de Dios, de que Dios no se deja ver, y no caemos en la cuenta de que la cara de Dios, viva moneda lorquiana, se repite día tras día en el rostro de los desdichados. Feliz Semana Santa a todos.

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