Tomatito es un guitarrista que, desde sus inicios, no ha parado de crecer, pero cuando se reúne con un elenco de artistas afines a la filosofía de Camarón, resulta muy evidente que aún, diciesiete años después del fallecimiento de José Monge Cruz, el de Almería todavía no se ha emancipado de ese recuerdo, que por una parte es lógico, desde luego, pero por otra, creemos que el guitarrista tiene la solidez necesaria como para prescindir un poco de un cuadro que imite a Camaron y, además, le haga un flaco favor a la memoria del perínclito cantaor de la Isla. Porque el elenco de cantaores fue lo peor de la velada, con unas voces chillonas, que no comprenden que el flamenco se canta, no se grita, y que la acústica de la sala, con no ser perfecta, da para escuchar bien a los artistas vocales sin necesidad de que estos alcen la voz. De esta manera, dado el protagonismo excesivo que tuvieron Morenito de Íllora y Simón Román –y su discretísima actuación anoche– a Tomatito se le fue la función sin que el duende hiciera acto de presencia más de diez minutos, lo justo para que el del barrio de La Chanca dejara en el respetable esa chispa que todo buen tocaor, como es él, deja en el ambiente.
Es verdad que estuvo entregado, pero algo le faltó a su espectáculo En concierto, imputable acaso a una idea un tanto prosaica de plantear el evento. Si se hubiese decantado por hacer flamenco cabal la cosas habría resultado; si el camino escogido hubiera sido el de la fusión (si tal cosa existe) al estilo de los temas que grabó con Michel Camilo, del que sonó un tema, también.
Ni siquiera el baile rayó a gran altura. Es que ocurre que no hay que atender al decálogo de Vicente Escudero para ver cómo hay que bailar, por tanto, lo del bailaor vallisoletano se debe enjuiciar con cautela, sin ver en ello una exigencia inexorable que los contemporáneos tienen que cumplir por obligación. Pero algo de razón le asistía cuando enunciaba aquello del baile pastueño, tan ausente hoy día. No concibo que un baile flamenco se asemeje más al supersónico nerviosismo de otros géneros que a lo que es propio en el flamenco.
Describir la guitarra de Tomatito dedicándole elogios y parabienes podría resultar incluso, por sabido, hasta innecesario. Desde los comienzos de su carrera, fulgurante y exitosa donde las haya, hasta el día de hoy, José cautiva la voluntad de los públicos con su buen hacer musical, su impresionante tecnicismo y su fuerte personalidad en el mundo de la sonanta, que le han hecho acreedor a ser el referente de muchos jóvenes tocaores que se fijan en su escuela.
Aparte de lo mencionado, convendría, sin cargar las tintas, criticar, de manera lo más ecuánime posible, a Tomatito. Anoche estuvo virtuoso, repasando el diapasón con la soltura habitual, pero la ausencia de una cosa que en el arte flamenco es complicado definir pero fácil de intuir cual es el ángel, determinó que la obra careciera de esas impresiones que uno se lleva cuando se sabe definir previamente a qué se ha ido.
No debería pasarle factura este comentario a alguien que lleva tres décadas demostrando su categoría en todos los escenarios del mundo, pero la verdad subjetiva debe ponderarse y, sin caer en falsas alabanzas, creer que pudo –y debió– ser mucho mejor.