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?Tengo un trabajo de muerte?

Francisco Silva, agente de asistencia de la la funeraria La Janda, cuenta su experiencia como profesional del sector y defiende el aspecto vocacional

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  • El agente de asistencia o de ventas se encarga del traslado del féretro y de las prácticas de preparación del difunto. También se encarga de tratar con los familiares ?de la mejor manera posible?. -
Más allá de los tópicos, más allá del chiste, más allá del más allá, más allá de considerar al profesional de la funeraria como alguien siniestro y serio... se halla una persona, un trabajador que quizás le haya tocado bailar con la más fea o quizás no. El agente de asistencia o agente de ventas (según empresas) es el profesional que se encarga de transportar el féretro, colocar el sudario, de la preparación estética del difunto (tanatoestética), de la tanatopraxia y, los más complicado, según Francisco Silva de la empresa Servicios Funerarios La Janda, tratar con la familia. Esa que acaba de perder un ser querido y que es complicado cuando, en muchas ocasiones, “la propia familia no nos deja trabajar".
Silva resalta que la vida social de un funerario “se coarta muchísimo”, aludiendo a que “tienes que estar alerta las 24 horas, por si tienes un aviso, porque aunque tenemos nuestros turnos, siempre puede pasar algo”.
Lo más llamativo de las actuales funerarias, “al menos en la provincia gaditana”, es que no cuentan con un gabinete psicológico o el apoyo de un profesional para tratar a los agentes. “Hay situaciones muy duras, yo he estado con antidepresivos y eso que tengo quince años de experiencia”, resalta Silva quien piensa que es necesario porque “hay mucha gente que dura dos días en el oficio, por ello hay que tener cierta vocación y un apoyo”.
En la profesión de funerario hay momentos muy malos, situaciones que no “se las deseo a nadie, porque tienes que tratar con la gente en unos momentos muy críticos y hay que saber imponerse en determinadas situaciones”. “Al que le toca le toca” es un dicho popular en la profesión al que alude Francisco cuando se refiere al peor momento, según él, del oficio, “el entierro de un niño”.
“Lo natural es que se tenga que enterrar a un padre, pero enterrar a un hijo es lo peor que hay; enterrar a un niño es lo peor”, más si cabe en el momento de la que se le conocía antiguamente como la mortaja. “Colocar a un niño en ese ataúd blanco es un suplicio, es muy duro, porque lo tienes que coger en brazos y después hablar con los familiares”, explica Francisco mientras le empieza a temblar la voz. “Con esto las entrañas se te mueven”.
Comenta el responsable de zona de la funeraria La Janda que ya todo está modernizado. “Antes era todo más duro y más recto, el funerario era un hombre casi siniestro que venía a recoger el difunto”, resaltando el cambio en el trato con la gente “ahora hay que mirar más los sentimientos y el buen profesional sabe perfectamente de un vistazo cuando llega a un tanatorio con qué persona debe tratar y con quien no”. Para Silva este es un trabaja “empático al máximo”, matizando que “no te puede afectar porque te derrumbas, pero hay que ponerse en el lugar de la gente”. Hay quien piensa que el funerario debe abstraerse, “pero así no se le daría un buen servicio".
Concluye Silva quitándole hierro al asunto de la muerte y sentenciando que en esta profesión “no te puedes equivocar nunca; por eso hay dos formas de hacer las cosas: bien o muy bien”.

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