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108 historias de una grada que nunca dejó de animar

La parroquia sevillista cumple hoy 108 años del nacimiento de un club confeccionado a su imagen y semejanza

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  • Nunca caminó solo -

Resuena Nervión en el silencio de la noche. Impera la calma en la cal rasgada. Los focos oscurecen el olvido y tenues iluminan a cada alma que aún vibra con los testarazos de Campanal o en cada exquisitez de Juan Arza.

Es la historia permanente. Una efeméride que perdura en cada centímetro de césped cortado. Hoy es 14 de octubre y la familia rojiblanca ensalza en cada uno de sus hogares la jornada en la que germinó un sentido de vida, pero el sevillismo no se curte cada año, sino cada día.

Emblema de la milenaria Híspalis. Institución portuaria de los ingleses futboleros que, según datan los registros civiles, ya portaban el nombre de la ciudad en el epílogo del siglo XIX. Quién diría por aquel entonces que aquella bella locura acabase en lo que ha venido siendo una filosofía del pueblo, un resquicio de salvación para aquellos que, sin recibir nada a cambio, entregaron su aliento en cada minuto en el que el Santo Rey campeaba junto a su corte por el escudo de un escuadrón de batallas. Y quizás no había conquistas que cosechar. Tal vez no eran tiempos de cabalgadas imperiosas por una banda que parecían no tener final. Y claro que no daba igual cual fuera el resultado tras luchas incesantes, pero entonces el dolor se templaba en una rabia de cantos desmedidos que padecía cada rival que intentaba hondear su emblema por estas tierras indomables. Ahí y sólo ahí tiene sentido una historia de una centuria, un lustro y tres años.

El Sevilla fue el Sevilla cuando la única e imprescindible herramienta detuvo el tiempo de cada jugada para corear a los cuatro vientos un sólo grito: “Sevilla, Sevilla, Sevilla...”. Entonces fue el fútbol el que doblegó a la miseria de un negocio que está pudriendo la esencia de tantas generaciones.

Es la magia de una afición que ha hecho olvidar a nombres propios con carteles de menudencia para entronizar a reyes que han cosido con cada soplo el cuero de esta historia centenaria. La ‘doce’, las medias, calzonas y hasta las piernas que han marcado goles y alzado títulos. Y han sufrido estragos y nunca pasó nada. Han cantado, han pitado, han vencido y han caído, y siempre atravesaban las puertas de su casa gritando como nadie, cantando como nunca: “Sevilla hasta la muerte”.

Sin más, la razón de ser de una fidelidad que ha roto barreras tras décadas y décadas. Y no importa nada más. Sólo ellos, los únicos cualificados para festejar 108 años de raíces sevillanas, los que han implantado en el alma de la ciudad un patrimonio devocional. Por ello, el Pizjuán no es la sede de un club, ni el palco de cientos de autoridades, es el templo de miles de devotos que eximen sus pecados con cada gol, en cada ‘ole’. Sus rezos al viento han propinado mil tardes de glorias y en la derrota, más sevillistas.

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