A Pepa le encantaba la copla y cada día hacía alarde de ello. Su ventana siempre estaba abierta de par en par y la radio a todo volumen. Desde nuestro patio se escuchaba perfectamente el concierto de tonadilleras que hacía la función de banda sonora de nuestros juegos. Pepa, con su sempiterno vestido negro, emulaba las voces de Marifé, Rocío Jurado o Concha Piquer, y nosotros la observábamos cada vez que pasaba por la ventana cantando a viva voz. Pepa era una adelantada a su tiempo, ya que ejerció de Youtuber muchos años antes de que se creara esa ¿profesión?
Luego, por la noche, se iniciaba la sesión donde cada usuario era conocido por su nombre y no por un estúpido apodo, como iba a pasar más adelante. La contraseña era la misma para todos los que se incorporaban a la reunión: RISAS.
Bajo el canto de los grillos, que incluso hoy parece haberse perdido, María comenzaba a exponer las historias del día adornándolas con su inconfundible estilo personal, lo que hacía que todos los presentes la siguieran con atención. En la actualidad, María sería una instagrammer mientras que a todos los que seguían sus narraciones se les llamaría followers en vez de seguidores. Qué manera más tonta de enredarlo todo con la excusa del progreso.
Sin embargo, en mi modesta opinión, aún hay otra diferencia entre el pasado y las redes sociales que vence con solvencia en esta competición tan humana que es buscar el camino de lo absurdo.
Mis padres me educaron al inculcarme una serie de valores que tuve que poner en práctica a medida que iba creciendo para desenvolverme en la selva de la vida. Podría recordar varios de sus consejos, pero me gusta presumir, sobre todo, de los que considero la base de mi existencia, que pongo en práctica cada vez que tengo oportunidad. Se trata de educación y respeto.
Hoy, la esencial figura de padres, abuelos o hermanos se suele sustituir por un personaje que es el colmo del despropósito, al ejercer como falso profeta indicando a miles de personas como deben vivir. Por supuesto, su nombre también es un anglicismo que suena fatal: influencer.
Para encontrar a Pepa, María o algún otro inigualable personaje similar en cada barrio, no había que encender ningún ordenador. Solo bastaba con bajar cada noche de verano al portal de cualquier casa donde los vecinos se sentaban al fresco para contar sus aventuras. Curiosamente, incluso existían entonces las fakenews, aunque me parece mucho más bonito el nombre de bulos.
El más famoso de ellos sucedió a principios de septiembre de 1983, cuando el rumor de un posible maremoto recorrió amenazante las calles de la localidad. Pero ese es un tema que merece por sí mismo otro artículo, que escribiré en otra ocasión.
Existe mucha gente, entre la que me incluyo, asiduo a alguna red social. Pero ninguna podrá superar a esas reuniones veraniegas que te hacían ir a la cama con una amplia sonrisa.
Como diría uno que yo me sé, “no te pido que me lo mejores. Iguálamelo”.