De verdad, me tenéis al borde de la muerte por aburrimiento, con una sensación de hastío y hartazgo atroz, gruesa, pesada y difícil de tragar, de que los días son todos iguales, de que vivo en un dejá vu continuo y sin fin, en el que nada cambia, en el que la esperanza es lo primero que se pierde.
Unos os reunís en vuestros flamantes congresos de cajas mágicas, votaciones con mayorías aplastantes, sin debate, en el que se confunde unidad con uniformidad, y el voto con la simple maniobra de un titiritero que mueve los hilos y alza las manos al toque de corneta. Rezáis para que la suciedad sea historia, cuando en realidad vuestra suciedad ya es parte de ella, para bochorno de los que lleguen detrás. Tantos españoles y mucho españoles juntos, discutiendo sobre si son charranes o gaviotas, mientras aquí abajo temblamos de frío, esperando que la Virgen de la Cueva eche un cable en la factura de la luz.
Otros llenáis un pabellón al grito de Unidad, pero sin saber que a quien deben unirse es al pueblo. Os abrazáis, no ya como muestra de cariño, sino para comprobar que lleváis las manos vacías y desarmadas. Henchidos de orgullo, queríais conquistar los cielos y os habéis pasado de frenada; de tanto pegaros a la casta, se os han pegado sus maneras, como se adhiere el olor del tabaco a la ropa.
No me olvido de vosotros, cainitas que perdéis el culo por dar el salto a Madrid, usándonos como habéis hecho toda la vida, meros trampolines para vuestras apetencias y aspiraciones personales. Intentáis disimular, esquiváis preguntas sobre el futuro más inmediato, pero a la larga se os ve el plumero desde kilómetros. Por mí, sinceramente, ya os podíais ir, os presentéis o no a las primarias socialistas; yo mismo os preparo las maletas, os llevo a la estación y os dejo en la puerta del AVE. Ya si ganáis o perdéis es vuestro problema; el nuestro es tener que cargar con vosotros, y ya son muchos años de inútiles a nuestras espaldas. Si nos queréis, irse. Los cuñados, también.