Hay pocas cosas en el mundo que nos gusten más que un buen cotilleo, un suculento chisme contado entre susurros, con la ya consabida premisa del “que no salga de aquí”, para extenderlo como el tifus en cuanto nuestro interlocutor se da la vuelta.
Pero eso es una cosa y otra es comparar la corrupción con el perro de Ricky Martin y la mermelada. Equiparar e igualar una habladuría con información documentada y contrastada es, como mínimo, un ejercicio de socarronería cercano al tomarnos por tontos, o por más tontos, si fuera posible. Y si ya te cogen mintiendo como un ex ministro Soria cualquiera, apaga y vámonos. Además, siempre no queda la posibilidad de hacer la prueba del algodón, que no es otra que ver como se pasa del “el magnífico fiscal X “ a “esa persona de la que usted me pregunta, ya tal “. Si no, al tiempo.
Por si no fuera suficiente, nuestra Celia Villalobos, adalid de los huesos de cerdo y del Candy Crush, sale en defensa del dimitido Moix argumentando que a lo mejor queremos políticos pobres. No, estimada Sra. Villalobos, no queremos ministros tiesos ni parlamentarios carpantas. Los queremos honrados.
Porque, a día de hoy, no conozco a nadie que se monte una sociedad en un paraíso fiscal para pagar más a Hacienda. Ni a ningún trabajador honrado que tenga entre sus hobbies el coleccionismo de lingotes de oro y su almacenamiento en Suiza. Será que mis conocimientos en materia fiscal son limitados y no alcanzo a entender esos movimientos como auténticos actos de patriotismo, de desprendido españolismo que ayuda a construir colegios y hospitales. Puede ser.
De todas maneras, puestos a escoger, a mis representantes públicos no los quiero ni más guapos ni más altos, ni forrados ni medio pensionistas. Ya puestos, me da hasta igual si son más de Saber y Ganar o de MHYV, si son runners, o andarrapiders. Me vale con que no me roben, me sodomicen y encima tenga que estarles agradecido. Pero que esto no salga de aquí. Sean discretos.