El pasado 21 de marzo,
el Gobierno andaluz concedió la Bandera de Andalucía a los Valores Humanos a la Escuela de Danza y Comedia Musical Fredes Insa por su fuerte compromiso social y solidario, que encuentra su máxima expresión en los espectáculos que organiza cada cierre de curso y cuya recaudación íntegra destina a la lucha contra el cáncer infantil.
Ésa es la noticia, pero,
como detrás de cada noticia, también hay una historia, que en este caso no es sólo la de la propia Escuela, sino la de su fundadora, Fredes Insa. Ella insiste en centrar el mérito en las personas que forman parte de la “escuela”: “Para mí, escuela es familia”, subraya, “y este reconocimiento es fruto de un trabajo que hacemos todos, con la entrega de todos. Yo puedo ser el motor que tira hacia adelante, pero sin escuela, sin familia, ni tienes fuerza para tirar ni hay producto para hacerlo realidad. Por eso
esta bandera es para todos, y recibirla ha sido un orgullo, porque nos reconocen que trabajamos en inculcar valores humanos, y eso es necesario”.
Pero mucho antes de que su Escuela abriera sus puertas en Jerez, allá por 2017; es decir, antes de comenzar a escribir su propia historia, hay que tener presente la de la trayectoria vital y profesional de Fredes. Llámenla prólogo, si quieren, pero historia a su vez, porque es historia de vida, incluso de lección de vida. Arranca en Barcelona, donde nació, aunque de familia madrileña. La ubicación, de hecho, es circunstancial: su madre era diplomática y le tocó vivir en muchos países a medida que iba creciendo. Lo que no fue circunstancial fue su pasión por el ballet, desde donde, con los años, dio el salto al jazz dance, estilo en el que se especializó tras estudiar la carrera de danza clásica y que compaginó con sus estudios de Derecho, hasta que esa compaginación se abrió paso en el ámbito profesional.
Acabado Derecho en Bélgica, comenzó a trabajar en PriceWaterhouseCoopers. De ahí pasó a la Comisión Europea, y de ésta al Consejo de Europa, donde formó parte del equipo que desarrolló la directiva europea de lucha contra el cibercrimen. Pasaron 15 años y durante todo ese tiempo no dejó el jazz dance ni un momento -“hay gente que juega al pádel al salir del trabajo, y yo bailaba, y lo hacía en el país que estuviera”, recuerda-.
Fue entonces cuando fijó su residencia en España: se casó y dio a luz a su primera hija. Un año después, y coincidiendo con el embarazo de la segunda, le detectaron un cáncer de mama muy agresivo.
Le dieron un 70% de posibilidades de que el tratamiento no funcionara, pero ella se aferró al otro 30%, el que decía que sí. “Funcionó, y aquí estoy, fenomenal”, celebra doce años después. Pero tras superar ese proceso, lleno de incertidumbre y dolor, “te das cuenta de lo que es la vida, y de lo que merece la pena en esta vida”.
Fue ahí cuando dejó la trolley, los tacones, el traje de chaqueta y la Comisión Europea.
Por entonces ya vivía en Jerez y recibió una oferta para dirigir una escuela de artes escénicas en Barcelona, a donde terminó viajando cada semana. Sin embargo, cuando acudía al colegio de sus hijas,
otras madres empezaron a animarla a que diera clases aquí. “Cogí a siete niñas, después de insistirme mucho. Dábamos clase una tarde, hora y media, en un gimnasio. Acabaron siendo 14, todas con una media de 5 años, y como me encanta este mundillo decidí subirlas a un escenario y montar un musical -relata-.
Fuimos la Sala Paúl y la llenamos de amigos para que las niñas tuvieran un aplauso. A la gente le gustó, aunque yo no lo hice por la gente, sino para que las niñas tuvieran su momento. Al final pasamos también una hucha y se recaudaron mil euros, que entregamos a una causa solidaria... y ahí empezó todo”.
Es ahí donde comienza a escribirse la historia de la Escuela de Danza y Comedia Musical Fredes Insa: al año siguiente ya había 70 niñas, dejó Barcelona y preparó un musical más grande para el que ya se vendieron entradas. El Covid lo paralizó todo, pero cuando retomaron la actividad estrenaron en el Teatro Villamarta, “en plan grande”, y el éxito fue tal que les ofrecieron también abrir durante dos años el Tío Pepe Festival. A
sí hasta que este año pasado probaron en el Maestranza de Sevilla tras pasar por el coliseo jerezano. La recaudación de la venta de entradas ascendió a más de 90.000 euros, destinada en su totalidad a la lucha contra el cáncer infantil -el coste de cada montaje se asume a través de patrocinios-.
A Fredes, mientras tanto, la vida le había deparado otro regalo: Inesita, su tercera hija. Es importante subrayarlo, porque una de las claves de su trabajo es hacer “en la Escuela aquello que hago con mis hijas. Trabajo con las alumnas y veo reflejada en ellas a mis hijas, y trato de inculcar algo en todo momento”.
Ese “algo”, además, tiene que ver con la propia filosofía del centro, donde se pone el mismo acento en el cuerpo, la mente y el corazón. “El cuerpo a través de la actividad física. La mente, porque está comprobado que cuando te focalizas en aprender una coreografía, tu mente está absorta en controlar tu cuerpo; es un mindfullness total, porque esa evasión de tu realidad, de tu entorno, y centrarte en esos pasos y movimientos, sana tanto. Y el corazón, porque lo que se vive aquí es entrega hacia los demás, amistad. Es muy bonito. Hay compañerismo, ganas, y eso es corazón puro”, destaca Insa como emblema y marca de la casa.
En la actualidad, a las 400 alumnas -y también alumnos- de Jerez, se han sumado otras 70 del centro inaugurado el pasado septiembre en Sevilla en la zona de Los Remedios. Todo suma. Y lo hace también en favor del espectáculo en el que ya están trabajando para este año, La fábrica de los sueños. Pero ésa es ya otra historia que les corresponderá descubrir el próximo mes de junio mientras disfrutan y contribuyen a una buena causa.